jueves, 5 de febrero de 2009

ERA...

Era un silencio. Era un atardecer (la gente regresando a sus casas). Era un insomnio. La duermevela. Era una palabra multiplicada en los andenes de la memoria. Una huella postiza como una flor de fieltro. Una boca precisa (y mía). Un sobresalto, 10 ó 30 susurros, despacio, con la yema de los labios recorriendo el pabellón como hormiguitas. Entonces un temblor que recorría toda la extremidad desnuda, un sólo instante, eterno, en la alta madrugada

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