domingo, 30 de octubre de 2011

La lírica de Gustavo Pereira

A mediados de los años noventa, me hallaba en la búsqueda de ese yo poético, como cualquier poeta en ciernes, el descubrimiento de la poesía nacional se convirtió para mí en todo un acontecimiento. Lamentablemente, en gran parte de nuestras instituciones educativas, cuando se aborda el estudio de la lírica, se presta una atención tal vez un tanto exagerada a ciertos autores como Pablo Neruda, dejando de lado a esa gran cantidad de poetas nacionales que tanto han dado, y siguen dando aún, a la poesía venezolana.

Voces como Rafael Cadenas, Hanni Ossott, Armando Rojas Guardia, Luis Alberto Crespo, entre otras, revoloteaban en el horizonte poético nacional, con gran fuerza y luminosidad. A pesar de que el Neruda de los libros de Residencia me impactó sobremanera, me puse a indagar acerca de la obra de estos grandes poetas venezolanos. En esta pléyade de muy buenos hacedores de la palabra, me encontré con un poeta, que junto con Eugenio Montejo, han tenido una relevancia especial en mi evolución como lector de buena poesía, me refiero al poeta Gustavo Pereira.

“Escrito de Salvaje” es el primer libro que leí de este gran poeta oriental. Lo encontré en una librería de Mérida, en un viaje de trabajo. Ya había leído parte de su obra en algunas antologías, por lo que cuando lo tuve entre mis manos, no perdí la oportunidad de adquirirlo. En “Escrito de Salvaje” la voz poética de Pereira, ahonda en un mundo de significaciones íntimas y ancestrales.

El amor carnal se transfigura en eterna orfandad. Imágenes en donde se describen sensaciones de ausencia; el cuerpo que no está, la voracidad de un recuerdo que se repliega y cala profundo, la búsqueda y la imposibilidad de revertir el desencuentro. En su “Somari de tu cuerpo desnudo”, el poeta expresa en un lenguaje muy sencillo, ese retorno infinito a lo imposible: “Si lo deseas puedo describir tu cuerpo desnudo / pero prefiero tu cuerpo desnudo.” En Reloj de arena, el cuerpo y la ansiedad que produce su ausencia, se materializan así: “Dejaste el aire lleno de tu cuerpo / y en la cama el vacío.”

Pero más allá de cantarle a un cuerpo ausente, a esa presencia que desea perpetuar en el ámbito del recuerdo, Gustavo Pereira, en una prosa de elegantes acentos poéticos, nos transporta a ambientes agrestes y aborígenes; en un tono de leyenda, nos ofrece pasajes, anécdotas, fábulas breves, que son el producto de sus disquisiciones y reflexiones filosóficas. Así pues, nos encontramos varios textos como Sobre salvajes, Balada de Mira y Krishna, Sobre el sol, Samarkanda, entre otros.

En esta colección de textos poéticos, encontramos “Somari con pastilla efervescente”, a mi juicio, uno de los poemas más hermosos y muy bien logrado de la poesía contemporánea de nuestro país. A continuación un fragmento de éste: “Sacro imperio de la nostalgia apiádate de su incordura / Hazlo chicle que todos mastiquen complacidos / permite que trasponga el umbral de lo que no tiene regreso / y si vuelve la vista atrás / conviértelo en pastilla efervescente / y haz que llueva.”

Gustavo Pereira nació en Punta de Piedras, Isla de Margarita, Venezuela, el 7 de marzo de 1940. Es poeta y crítico literario. Ha publicado más de treinta libros, entre los que se destacan Preparativos de viaje, Libro de los somaris, Escrito de Salvaje y Los seres invisibles. Se Doctoró en Estudios Literarios en la Universidad de París. Fue fundador del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales y del Centro de Investigaciones Socio-Humanísticas de la Universidad de Oriente. Formó parte del grupo "Símbolo" (1958). Fue director y fundador de la Revista Trópico Uno de Puerto La Cruz.

Ha recibido algunos reconocimientos, entre ellos, el Premio Joven Poesía de las Universidades Nacionales (1965), el Premio Municipal de Poesía de Caracas (1988), el Premio Fundarte de Poesía (1993), el Premio de la XII Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1997) y el Premio Nacional de Literatura de Venezuela (2001).

miércoles, 26 de octubre de 2011

Juan Gabriel Vásquez y la nueva narrativa latinoamericana


Me encontraba imbuido en las últimas páginas de Historia secreta de Costaguana del colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) cuando me enteré de la noticia. El jurado del XIV Premio Alfaguara de Novela, presidido por Bernardo de Atxaga, dictó su fallo unánime a favor de la novela El ruido de las cosas al caer, última creación de este importante narrador, cuyo trabajo ha generado muy buenas críticas por parte de escritores, académicos y del público en general.

Particularmente, la noticia me pareció una feliz coincidencia, pues desde hace un tiempo, luego de leer Los amantes de todos los Santos (en la edición mejorada del 2007), me ha interesado, sobremanera, el proceso creador de este gran escritor, traductor y columnista de diversos diarios de Hispanoamérica y del mundo. En adelante, voy a dedicarme a comentar la fascinante obra Historia secreta de Costaguana, desde mi punto de vista, una de las creaciones más audaces y conmovedoras de la literatura latinoamericana de la última década.

Acerca de su obra literaria, el premio Nobel de literatura 2010 Mario Vargas Llosa comenta que es «uno de los escritores más originales de la nueva literatura latinoamericana.» Por su parte, el escritor mexicano Carlos Fuentes, refiriéndose a la novela que nos ocupa, afirma que «el secreto y la belleza de la novela de Juan Gabriel Vásquez residen en la tensión entre dos destinos y dos escrituras (las de Conrad y Altamirano). Tanto en Historia secreta de Costaguana como en los Informantes, Vásquez nos coloca entre disyuntivas morales e históricas inevitables.»

Y es que precisamente esta disyuntiva, el encuentro entre dos mundos dispares; las variantes insospechadas de un destino marcado por ese encuentro, por el roce de dos historias, determinan el punto de ebullición de esta apasionante obra. Según lo ha comentado Vásquez en algunas entrevistas, el germen de la novela nace con la preparación de una biografía del escritor polaco Joseph Conrad, por cierto uno de sus maestros literarios. A partir de este acercamiento al mundo conradiano, y sobre todo con la lectura de Nostromo, una de sus obras fundamentales, Vásquez se encuentra de sopetón con una novela épica y trascendental, en donde entre otras cosas, se recrea la construcción del Canal de Panamá.

El amor y las relaciones humanas ocupan un lugar preponderante a lo largo de las páginas de Historia secreta de Costaguana. El amor paterno, por ejemplo, se describe con formidable crudeza y ternura. Sin duda, el engranaje de los diversos episodios, así como el uso exquisito y eficaz de una prosa elegante y convincente nos coloca frente a uno de los escritores esenciales de la nueva literatura latinoamericana.

En cuanto a sus datos factuales, Juan Gabriel Vásquez nació en Bogotá, en 1973. Luego de vivir en Francia y en las Ardenas belgas, se instala definitivamente en Barcelona en el año 1999. Además de dedicarse a la narrativa, Vásquez desarrolla una labor periodística destacable, la cual se ve reflejada en importantes diarios de circulación internacional. En tal sentido, en el 2007 le fue conferido el Premio de Periodismo Simón Bolívar por su ensayo El arte de la distorsión. Su obra ha sido traducida en países como Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, Alemania, Polonia, Israel y Brasil. Como traductor, ha trabajado en obras de John Hersey, Víctor Hugo, E. M. Foster, entre otros.

Al son de Sabina

Sábado. Tres de la tarde. Temperatura cruda e intensa sobre la puerta del llano. Luego de leer unas cuantas páginas de 2666, el último legado oficial de Bolaño, me dispongo a escribir mi columna semanal. Entonces la voz de Sabina me acompaña, mientras me empeño en reorganizar las ideas, las jerarquizo, e intento establecer una relación entre oraciones dispuestas como piezas de un puzle infinito, en el horizonte sin fin del lenguaje.

Dos días atrás había conseguido el último trabajo del cantante español. Un amigo me dice que el Joaquín Sabina de hoy, ya no es el mismo de antaño. Que sus letras ya suenan fofas, que sus juegos de palabras ya rayan en lo insustancial, en lo superfluo disfrazado de poesía. El disco se llama “Vinagre y Rosas” y fue publicado hace como dos años, algo así. Sin querer me dejo abstraer por sus letras, después de todo no está nada mal, pienso, y vuelvo a borrar el primer párrafo del artículo que quizá nunca verá la luz, concluyendo, a la vez, que mi amigo está un tanto equivocado con respecto al repertorio sabinero actual.

Para mi artículo tengo varios temas en la cabeza: las muertes de Ciudad Juárez, la violencia en los estadios de fútbol, la última gramática, el Nóbel 2012, de quien no sé absolutamente nada, en fin, un abanico de posibilidades que se agolpan entre la pantalla en blanco y la voz ronca del viejo Sabina, el mismo de “Quién me ha robado el mes de abril”, y de “Y nos dieron las diez”, ese tema tan estimado por algunos familiares y amigos, y que nos recuerda las peripecias de una adolescencia vivida a plenitud, de las madrugadas de humo y serenata, de amores contrariados y caricias furtivas.

Joaquín Sabina nació en Úbeda, España, en febrero de 1949. Además de cantautor, ha publicado nueve poemarios en los que resalta el sutil uso del lenguaje, la ironía, el desenfado, la crítica, la exaltación del amor, los juegos de palabras, entre otros aspectos. Sus temas: la mujer, la melancolía, la bohemia, la desdicha, los avatares de la sociedad posmoderna, los personajes cotidianos de la noche y sus suburbios. Hace más de diez años que aprendí a valorar su música, temas como “Y sin embargo”, “Peces de ciudad”, “Pájaros de Portugal”, “A la orilla de la chimenea”, “Y si amanece por fin”, entre muchos otros, son parte entrañable de mi archivo espiritual en cuanto a música se refiere. De “Vinagre y Rosas” quiero destacar “Ay Carmela”, “Cristales de Bohemia”, “Agua pasada” y “Tiramisú de limón”.

A través de estas líneas, le rindo un justo homenaje al flaco de Úbeda, Joaquín Sabina, poeta urbano y melancólico, con una carrera artística avasallante, a pesar de lo que ha debido enfrentar, y que, desde mi humilde opinión, siempre será un referente indiscutible en el escenario musical hispanoamericano de todos los tiempos. Ya emitiré mi opinión sobre la violencia en el fútbol, sobre premios literarios o los desmanes de un mundo un tanto perdido de tan cuerdo, hoy le escribo al poema hecho canción, a la vida, a los recuerdos que reaparecen enfebrecidos por la nostalgia, en cada verso, en cada melodía.

martes, 25 de octubre de 2011

Una nota sobre Bolaño

Cuando esa mañana de agosto, la Jefa de información propuso la pauta de la semana, quedé un tanto desubicado, pues jamás pensé que me tocaría escribir una nota cultural, y muchos menos, entrevistar a ese personaje. Recordé vagamente que unos años atrás, su nombre había acaparado las primeras planas de diferentes diarios locales y nacionales. La noticia, había provocado un gran revuelo en el mundo universitario local. Desde esa época, que coincidía con mis pasantías como redactor de planta de un semanario deportivo, no había vuelto a escuchar nada sobre él.

Al cabo, la jefa me facilitó el libro y me explicó, con su característica displicencia, que Monte Ávila Editores había publicado su primera novela: «Tras la sombra del araguaney», cuyo argumento planteaba los pormenores de una relación amorosa entre un profesor universitario y una estudiante de literatura. Un planteamiento trillado, que no obstante en la pluma de Bolaño, adquiría una vitalidad inédita. En la contraportada, el escritor venezolano Raúl Márquez, comentaba: «La narrativa de Bolaño constituye una de las más poderosas de los últimos años en la literatura nacional, con un acertado uso del lenguaje popular y cotidiano, pero signada a su vez, por una poética intensa y genuina. (…)».

Para llegar a la propiedad de Santiago Bolaño tuve que viajar casi dos horas y media. Era una casa campestre ubicada en el piedemonte andino venezolano. A fin de prepararme para la entrevista, la noche anterior leí los primeros capítulos, así como el capítulo final de su ópera prima, quedando gratamente sorprendido. Por otra parte, gracias a la página WEB de la editorial, supe que el otrora profesor universitario y ahora novel escritor, se había casado nuevamente. También supe que de una relación anterior, tenía un hijo de diez años. Supongo que para muchos de mis coterráneos, estos datos no serían del todo desconocidos. Tras el secuestro y terrible asesinato de Karina Sáenz de Bolaño, hechos ocurridos a mediados de 2007, la prensa local y nacional dedicó páginas enteras al seguimiento de la noticia. Recuerdo que entonces me encontraba tan embebido con la Copa América de Fútbol, cuya edición de ese año se celebraba en nuestro país, que no le presté mayor atención a los pormenores de aquel acontecimiento.

A un cuarto para las once de la mañana, y luego de esperarlo por casi media hora, Bolaño me recibía en su despacho. Era más bien bajo, delgado. Ese día, portaba traje gris, sin corbata. Sus ojos eran aindiados; cabello liso, oscuro; nariz ligeramente aguileña; cejas pobladas, a lo Vicente Fernández.

—Si usted quiere le puedo facilitar una nota que me escribió un amigo sobre el libro… Así se ahorraría tiempo… ¿Le parece? —hablaba pausadamente, con cierta aversión, mientras su mirada se posaba sobre un libro de Vila-Matas que descansaba sobre su escritorio—. Le volví a explicar que necesitaba algo más, pues me habían asignado una página entera. «Mi intención es dar a conocer un poco más su perfil como lector y escritor; gustos literarios, rutinas, métodos», aclaré, un tanto temeroso de que rechazara la entrevista. Tras un breve silencio, repuso:

—Está bien… Pero, por favor, nada de grabadoras. Creo que con la libreta y el lápiz será suficiente. —tenía los ojos enrojecidos. En el ambiente se respiraba un leve aroma a alcohol.

—Por supuesto, como usted quiera. Lo que sí le pido es que me permita tomarle algunas fotos. Eso me ayudará a ganar puntos con la jefa, usted sabe… Sonrió, y sin esperar mis preguntas, dijo:

—Muchos escritores utilizan la literatura para recrear el mundo; para embellecer las pequeñas historias de los hombres, sus esperanzas y fracasos cotidianos. Yo, por mi parte, escribí con el fin de liberarme de mis propios demonios, como si al hacerlo, participara en una especie de catarsis... Sé que muchos, al leer la novela, van a establecer coincidencias entre su trama y la desgracia que transformó mi vida, hace años atrás… Imagino que usted sabe a lo que me refiero…

«Cuando los detectives del Cuerpo Técnico de Policía Judicial hallaron el cadáver semi enterrado a unos metros de la casa de campo de los Bolaño-Sáenz, justo bajo la sombra de un araguaney, tuvieron una razón más para incriminar a Santiago Bolaño en el secuestro y posterior asesinato de su joven esposa.» (Fragmento de nota de prensa publicada en Diario de los Andes, Táchira, 23 de julio de 2007) «El Consejo Nacional de Universidades, en reunión extraordinaria, decidió suspender de sus funciones pedagógicas al Lcdo. Santiago Bolaño, en virtud de las investigaciones que llevan a cabo las autoridades judiciales en torno al caso de la ciudadana Karina Sáenz de Bolaño…» (Fragmento de nota de prensa publicada en NoticieroDigital.com, el día 28 de julio de 2007)

—Sí. Conozco parte de la historia. Anoche estuve revisando algunas páginas WEB… —a lo lejos, el azul del cielo se debatía con una gran nube oscura. De un momento a otro, comenzaría a llover.

—Yo la amaba, lo juro. La amaba como a nadie. Pero a veces el amor no es suficiente… —sus ojos adquirieron un brillo extraño. Al cabo de un breve silencio, cambió de tono, y prosiguió diciendo:

— ¿Sabe? Me indignó, sobremanera, que la prensa se aprovechara del asunto. Es lamentable el tratamiento con que enfocaron ese momento terrible de mi vida… ¿Comprende ahora el por qué de mi suspicacia con ustedes, los periodistas?

—Mire, yo entiendo su posición…—dije, de la manera más sutil que pude—. De hecho, mi pauta consiste en que me comente sobre su novela, nada más… Mi intención no es revivir aquel mal momento. ¡Créame, por favor…!

Comenzó a llover copiosamente. Entre tanto, Bolaño me contó cómo fue construyendo la historia. Relataba de una manera muy vívida el encuentro entre los personajes; lo que significó para un viudo de cuarenta años, tener una relación amorosa con una chica de veinte. “Para tejer los episodios me propuse utilizar un lenguaje sobrio, sencillo, elegante. Quise que mi escritura se pareciera a la de mis maestros literarios: Roth, Vila-Matas, Villoro, Francisco Masianni…” comentó, mientras la lluvia seguía azotando los cristales.

—A pesar de que está convencido del amor de Arianna, Gabriel no se siente feliz del todo… —mientras hablaba, su rostro fue asumiendo una expresión, inexplicablemente, desafiante—. Un sentimiento contradictorio se adueña de su alma —prosiguió—. Es entonces cuando contacta a unos tipos de baja calaña y les propone el «trabajito». Un amor enfermizo lo incita a cometer el peor acto de su vida…

—Discúlpeme, profesor. Pero yo creo que el que realmente se ha aprovechado de su desgracia es usted mismo… Gran parte de la novela es un retrato fiel de su vida; de su matrimonio con Karina Sáenz, que antes de ser su esposa fue también su alumna… Es obvio, profesor… Por ejemplo, lo que le sucede a Arianna, salvo algunos mínimos detalles, fue lo mismo que le sucedió a su esposa…

—¡Cállese! ¡Cállese de inmediato, no joda! —Gritó, con el rostro descompuesto por la rabia. Al instante se puso de pie, mientras sacaba un arma del bolsillo del paltó…— ¡Estoy harto de que todos quieran juzgarme! ¡Fuera! ¡Fuera de mi casa!

Salí corriendo de inmediato, con la piel erizada por el terror, presintiendo que podían ser los últimos instantes de mi vida. En mi carrera, tropecé con la señora que me había atendido horas atrás, quien susurrando algo, se dirigió presurosa al despacho de Bolaño. Cuando estaba a punto de encender el auto, el estruendo del disparo ensordeció mis sentidos. Cerré los ojos. Casi no podía respirar; hasta me sentí un tanto mareado. Me bajé del auto, lentamente, y sólo en ese momento, bajo una tenue llovizna, me percaté de la presencia de un frondoso araguaney, cuya sombra cobijaba la parte posterior de la casa. «Tras la sombra del araguaney», susurré despacio, al tiempo que la señora de servicio se asomaba por la puerta principal, sollozando y gritando de modo desgarrador.

Todo sucedió tan rápido, tan inesperadamente, que todavía me parece increíble. Recordé que Gabriel, el personaje principal de la novela de Bolaño, se suicida lanzándose a las aguas de un río caudaloso, luego de embriagarse con una botella de güisqui. Finalmente, lo que iba a ser una nota cultural se convirtió en una nota de sucesos.

Días después del sepelio, Jorge Gómez Jiménez, escritor y editor de una importante página digital venezolana dedicada a la literatura, me llamó para pedirme que le escribiera una nota sobre la novela de Bolaño, cuya primera edición se había vendido como pan caliente, a los pocos días de haberse distribuido, en las principales librerías del país.