sábado, 12 de marzo de 2011

Tórtolas blancas (I)

Daniele se asomó a la ventana por enésima vez. Afuera, la niebla danzaba con los últimos faroles de la madrugada. Los ojos ardían como las llamas de la vieja chimenea, cuya reverberación crepitaba aún. Recuerda los murmullos tenuemente entrecortados por los besos y los suspiros, y el abrazo de profunda desolación, y el último ademán, y sus ojos tristes y mustios, resplandeciendo en la alta noche.
Aún resuenan en su memoria, los pasos livianos, perdiéndose como siempre hacia la Viale Marconi. Calle empedrada en que su andar es un resuello tierno y leve. El pacto llegaba a su fin. Era lo oportuno, lo sensato. Erica debía volar a la capital. El cielo romano aguardaba su etérea presencia. Las cartas estaban echadas desde hacía tiempo.
La mañana trajo consigo la matinal frescura del otoño. Pero también una inédita agitación entre los pobladores de la pequeña comarca. De pronto, un ruido extraño, un sonido acompasado invadió el silencio del traspatio. Al asomarse se encontró con seis tórtolas moribundas, petrificadas contra los mármoles antiguos. Unas terribles ganas de llorar invadieron su alma. Eran tórtolas blancas y tiernas. “Aún no se ha logrado descifrar la causa de este fenómeno…”, fueron las últimas palabras del ancla de la Rai, una joven periodista que era la novedad del noticiero de las 8 de la mañana.

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