miércoles, 26 de octubre de 2011

Al son de Sabina

Sábado. Tres de la tarde. Temperatura cruda e intensa sobre la puerta del llano. Luego de leer unas cuantas páginas de 2666, el último legado oficial de Bolaño, me dispongo a escribir mi columna semanal. Entonces la voz de Sabina me acompaña, mientras me empeño en reorganizar las ideas, las jerarquizo, e intento establecer una relación entre oraciones dispuestas como piezas de un puzle infinito, en el horizonte sin fin del lenguaje.

Dos días atrás había conseguido el último trabajo del cantante español. Un amigo me dice que el Joaquín Sabina de hoy, ya no es el mismo de antaño. Que sus letras ya suenan fofas, que sus juegos de palabras ya rayan en lo insustancial, en lo superfluo disfrazado de poesía. El disco se llama “Vinagre y Rosas” y fue publicado hace como dos años, algo así. Sin querer me dejo abstraer por sus letras, después de todo no está nada mal, pienso, y vuelvo a borrar el primer párrafo del artículo que quizá nunca verá la luz, concluyendo, a la vez, que mi amigo está un tanto equivocado con respecto al repertorio sabinero actual.

Para mi artículo tengo varios temas en la cabeza: las muertes de Ciudad Juárez, la violencia en los estadios de fútbol, la última gramática, el Nóbel 2012, de quien no sé absolutamente nada, en fin, un abanico de posibilidades que se agolpan entre la pantalla en blanco y la voz ronca del viejo Sabina, el mismo de “Quién me ha robado el mes de abril”, y de “Y nos dieron las diez”, ese tema tan estimado por algunos familiares y amigos, y que nos recuerda las peripecias de una adolescencia vivida a plenitud, de las madrugadas de humo y serenata, de amores contrariados y caricias furtivas.

Joaquín Sabina nació en Úbeda, España, en febrero de 1949. Además de cantautor, ha publicado nueve poemarios en los que resalta el sutil uso del lenguaje, la ironía, el desenfado, la crítica, la exaltación del amor, los juegos de palabras, entre otros aspectos. Sus temas: la mujer, la melancolía, la bohemia, la desdicha, los avatares de la sociedad posmoderna, los personajes cotidianos de la noche y sus suburbios. Hace más de diez años que aprendí a valorar su música, temas como “Y sin embargo”, “Peces de ciudad”, “Pájaros de Portugal”, “A la orilla de la chimenea”, “Y si amanece por fin”, entre muchos otros, son parte entrañable de mi archivo espiritual en cuanto a música se refiere. De “Vinagre y Rosas” quiero destacar “Ay Carmela”, “Cristales de Bohemia”, “Agua pasada” y “Tiramisú de limón”.

A través de estas líneas, le rindo un justo homenaje al flaco de Úbeda, Joaquín Sabina, poeta urbano y melancólico, con una carrera artística avasallante, a pesar de lo que ha debido enfrentar, y que, desde mi humilde opinión, siempre será un referente indiscutible en el escenario musical hispanoamericano de todos los tiempos. Ya emitiré mi opinión sobre la violencia en el fútbol, sobre premios literarios o los desmanes de un mundo un tanto perdido de tan cuerdo, hoy le escribo al poema hecho canción, a la vida, a los recuerdos que reaparecen enfebrecidos por la nostalgia, en cada verso, en cada melodía.

1 comentario:

Loli Pérez dijo...

Es verdad que Sabina ya no es el que era, pero ¿quién no cambia con los años? Sige siendo genio y figura, de eso estoy segura.
Y me encanta escuchar sus canciones.

Abrazos
L;)