martes, 1 de noviembre de 2011

La poesía de Luis Alberto Crespo

Descripciones oníricas de un paisaje cotidiano, cuyos seres y cosas son tenuemente iluminados por una mirada silente y meditabunda; pliegues de la memoria que se transforman en pinceladas eternas, en donde la belleza de la palabra resplandece, ralentiza los instantes en que el alma se encuentra a sí misma en los espejos de la intemperie o el olvido.

Crespo es un observador que le arrebata al tiempo algo de esa sustancia que pervive en los seres, pero al mismo tiempo, se deja aniquilar por esa majestuosa sonoridad de una tarde de desiertos y brumas, de noches profundas, de sonidos agrestes, de ventiscas desérticas y crespúsculos larenses. En Crespo, el poema es la desazón, es lo que duele y reivindica ese oficio de merodear por las veredas de lo imposible, la savia de la existencia traducida en vocablos escuetos, transparentes, profundos.

Para Gonzalo Ramírez, la poesía de Crespo “se manifiesta a través de iluminaciones fragmentarias. Al elegir el fragmento como procedimiento compositivo testimonia, a la par que su inmensa devoción por el silencio, una raigal necesidad de que las palabras digan más de lo que dicen.” Así pues, la poética de Luis Alberto Crespo, desde sus inicios, se ha enfocado en describir el lugar del hombre frente a sus congéneres, frente a la vida. La pléyade de sentimientos encontrados, las disyuntivas que a cada instante la vida suele presentar, el azar de vivir sin comprender del todo la sustancia primigenia de que estamos hechos.

En cada metáfora, en cada imagen, en cada construcción verbal, Crespo pareciera buscar la altura máxima de su yo espiritual, de su yo poético. Lo intenso que se arraiga subrepticiamente en cada sendero, en cada nube, en cada mirada. No es un simple escribidor, un pintor realista o un mero recolector de historias; ante todo, Crespo indaga en torno a los problemas eternos del ser humano, con una ternura infantil, acompasada. La emoción es el germen de la poesía de este gran poeta venezolano.

En torno a la atmósfera desértica que abarca de una manera u otra la totalidad de la “Babel crespiana”, Rafael Castillo Zapata, comenta: “Toda la poesía de Crespo (…), acontece, pues, es un espacio y tiempo determinados por la atmósfera de un mediodía persistente. Los poemas parecieran reproducir, a menudo, el proceso de violentas evaporaciones que acontece en algún desierto de la tierra o del alma: evaporaciones que hacen incluso de la piedra, en su dureza, una materia pulverizable, capaz de adquirir, en un punto exacto de luz, una impensada transparencia.”

Luis Alberto Crespo nació en Venezuela en 1941. Entre sus libros encontramos: Si el verano es dilatado, 1968; Cosas, 1968; Novenario, 1970; Rayas de lagartija, 1974; Costumbre de sequía, 1976; Resolana, 1980; Entreabierto, 1984; Señores de la distancia, 1988; Mediodía o nunca, 1989; Sentimentales, 1990; Más afuera, 1993; Duro, 1995 y Solamente, 1996. Estudió Periodismo en la Universidad Central de Venezuela y en París. Dirige desde hace cinco años la Revista Imagen, del Instituto Nacional de Cultura CONAC y es uno de los miembros de su Directorio.

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