(A la muerte de Prudelio)
Cada día que amanece, el hombre desanda a la incertidumbre. Dolernos en que la vida es un instante de efímero vuelo, una antorcha de ínfimo destello, en la gravedad oscura del cosmos… Avanzar con el miedo a las espaldas, ciegos bajos nubes de polvo y ceniza.
Góndolas oscuras cuyas sombras pueblan los ecos de palabras atroces. Relámpagos de crepitante velar, alucinaciones de abyecta sustancia. El alma se derriba a la orilla de la amarga desazón de ser en la obstinada planicie.
El hombre se rompe los brazos para exprimir la tierra, pero el corazón es un pozo vacío y terrible donde nadie llega a calmar su sed, sólo los cadáveres del tedio inundan la distancia…
Cada día nos asimos al misterio que la vida señala, inexorablemente, sin nada más que un fragmento de carne y unos ojos de miope algarabía…
Todo es ínfimo y vano en este cortejo de sombras…