miércoles, 27 de enero de 2010

La poesía mítica de Rafael Cadenas

Cuando se supo que al poeta venezolano Rafael Cadenas se le había conferido el premio de la Feria Internacional del libro de Guadalajara 2009, muchos de sus seguidores lo tomamos como un hecho natural, pues nuestro insigne poeta es uno de los más brillantes intelectuales del panorama literario actual en Hispanoamérica.
La producción literaria de Cadenas se caracteriza por un lenguaje sobrio, deslumbrante, místico. Una poesía profunda, humana, cuyo poder de persuasión trasciende lo literario para ubicarse en la médula de la cotidianidad.
El amor, la muerte, la palabra como espada de filos infinitos, la palabra como centro del mundo desbordada en su lírica. Cadenas maneja con tino magistral los registros de la poesía clásica así como las innovaciones vanguardistas, presentando una poesía total, cargada de emociones contenidas, belleza sin igual y misticismo.
Además de su quehacer poético, Rafael Cadenas se erige como un gran intelectual, educador, crítico lúcido de la forma como se enseña la lectura y la escritura en nuestro país. De temperamento calmo y personalidad sencilla, Rafael Cadenas transmite ese lirismo ancestral que sólo los genios de la literatura proyectan en su día a día.
Entre los libros de este venezolano ejemplar, encontramos Los cuadernos del destierro, Derrota, Falsas Maniobras, Memorial, Intemperie, Amante, Gestiones, entre otros, todos pertenecientes al género poético. Por otra parte, ha publicado textos relacionados con su trabajo docente, tales como Realidad y Literatura y En torno al lenguaje. A continuación un poema breve de su poemario Amante, publicado en 1983: “Donde las manos ya no persiguen/ apareces”. Acerquémonos al mundo poético de Rafael Cadenas, una alegría vital y necesaria.

viernes, 22 de enero de 2010

Mundos de ficción

(Persistencia de la memoria, Salvador Dalí)

Son muchas las horas que he pasado frente a un libro. Horas que se repliegan fugaces, en donde seres magníficos y muy humanos me encandilan con sus dones y falencias, sueños y melancolías. He espiado a la Maga desde un puente centenario de París, he caminado con Hans por las calles de una ciudad enigmática, conocí de cerca la obstinación del coronel que esperaba esa carta que jamás llegó o quién sabe. Reí sin parar frente a las ocurrencias del viejo enmendador y filibustero que jamás supo que aquellos monstruos gigantes eran molinos de viento. En fin, he gozado y llorado con eso que llaman ficción, como aquellos que gozan en una corrida de toros o en un partido de fútbol.

La literatura no es el libro que compras o que te regalan porque es muy bueno o porque está de moda, la literatura es el espíritu que palpita entre las páginas; esa dimensión estrecha y al mismo tiempo insoslayable que te ofrece una vía de escape, evasión febril y abrasadora que te envuelve y te corroe hasta hacerte navegar por un mar de emociones dispares y complejas. La literatura es a la vida, lo que el aire, a los pulmones.

Lamentablemente, muy pocos son los llamados a este concierto de significaciones infinitas, a esta fiesta de eternos paisajes y episodios. Aunque muchos intentamos promover la lectura como recurso de aprendizaje y recreación, desde las aulas o los medios de comunicación, son muy pocas las personas que disfrutan plenamente de los dulzores que ofrecen los diversos mundos que se agitan entre página y página.
Ojalá las personas se acercaran más a estas vidas o instantes, sin duda tendrían la posibilidad de recrear momentos profundamente humanos, en que enriquecerían sus propias existencias, viajarían sin viajar, y sabrían que el mundo es algo más que esto que somos.

jueves, 7 de enero de 2010

Bajo la sombra del corsario (I)

Podría considerarse un hecho fortuito, pero no lo es. Cada consecuencia es el efecto de una causa. La causalidad, muy al contrario de lo que muchos piensan, es el mecanismo secreto que palpita, subrepticiamente, más allá de los vaivenes de la vida física, generando la implosión de eso que llamamos ser o existencia. En otras palabras, todo está escrito como en la biblioteca borgiana, entre cuyas infinitas galerías nacen y mueren los hijos del gran corsario del tiempo, conocido bajo diversas identidades a lo largo de la historia.
El hombre desanda calles, trafica por vertederos solitarios, aunque se escuchen las voces y se registren a cada momento infinidad de sonidos, palpitaciones, lamentos, carcajadas efímeras. El hombre es la razón de su propia sustancia, mas no puede domeñar a su arbitrio los pasos que marcan el futuro. Pero no el futuro inmediato, el superfluo: ése es su voluntad transformada, como beber un vaso de agua cuando se desea y se puede beber un vaso de agua. Ese futuro es de su absoluto reinado. Me refiero al otro futuro, al voluble, al abstracto.
Al paso de los siglos, el hombre ha sobrevivido a la muerte, o la ha enfrentado, con la intención de ser en un futuro. El hombre va construyendo los cimientos sobre piedras forjadas por otros hombres. Eso que llamamos cultura o religión. Ese amasijo amorfo, delirante, turbio, profundamente humano.
Bajo la sombra del corsario el hombre dibuja costas intuidas en las regiones del sueño y la locura, con la mirada perdida en un horizonte distante, que perfila los pasos, los define entre hogueras titilantes, como estrellas de mar resplandecientes, en los rincones de puertos extraviados, de caducas simetrías y arenas disímiles.