lunes, 26 de diciembre de 2011

Un barco pronto a llegar

Si algo no podemos cambiar, así como así, es la idiosincrasia de la gente. Actuamos de acuerdo a lo que ha sido nuestra historia vital. Nuestra personalidad, nuestras costumbres y puntos de vista ante las circunstancias y hechos que nos rodean, se erigen desde nuestra primera infancia, algunos incluso afirman que desde el mismo vientre materno, recibimos los primeros estímulos, las primeras energías de aquello que seremos en un futuro y para siempre. De este modo, somos como una especie de esponja que absorbe, en algunos casos de manera sutil e inconsciente, las sustancias que nos van fraguando como entes sociales, como seres que coexisten en un determinado tiempo-espacio. Así nos constituimos en parte de una sociedad, ineludiblemente.

Así pues, somos una prolongación de la sociedad. Nuestro idioma, nuestra manera de caminar, nuestro color de piel, nuestros vestidos, nuestros gustos culinarios, reflejan nuestra procedencia. No podemos escapar, aunque lo queramos; es un sino que habita en nosotros, como si fuera parte de nuestros sistemas orgánicos. Es un rasgo inmanente a nuestra condición.

Es por ello que me causa risa, el hecho de que muchos opinadores de oficio expongan su aversión hacia la época navideña. Ciertamente, podemos criticarla, no obstante, me parece que también debemos verle su lado positivo. En este sentido, algunos líderes de iglesias y movimientos sociales han levantado sus voces, pidiendo a sus feligreses (en el caso de la Iglesia Católica el Papa se pronunció al respecto) que no desvirtúen el verdadero significado de esta época del año. En fin, el hecho de que exista, no es malo, lo malo es la manera como nos comportamos, o que a menudo, invertimos más en lo superfluo que en lo profundo.

Algo que siempre me ha gustado de la Navidad, es su inefable ambiente familiar. En esos días nos reencontramos con las anécdotas de un ayer inolvidable, con aquello que nos pertenece y que nadie puede arrebatarnos: nuestra historia familiar. Extrañamos a quienes se nos han ido, levantamos la copa de la esperanza por el año nuevo que se aproxima con la incertidumbre luminosa de un nuevo amanecer. Damos un vistazo a los meses pretéritos que ahora parecen luces lejanas, e invertimos en aquellos que se vislumbran como las luces de barcos que se acercan, en el océano del tiempo por venir.

El punto negativo, desde mi opinión, tiene que ver con lo desmesurado de las compras, de eso que nos invade y nos mueve a comprar y a comprar sin medida. Aunque por razones lógicas sabemos que al llegar diciembre todo sube, es cuando más compramos durante el año, bueno, me refiero a la gran mayoría. Los centros comerciales son invadidos como nunca, las calles se atiborran de buhoneros y minitecas ambulantes, suben las ventas de pinturas de caucho, de adornos, de lucecitas navideñas y cualquier otro artificio propio de estas fechas. Y no es que sea malo del todo, repito, sino que en medio de esta vorágine, en muchos casos, nos olvidamos de ahorrar, de pensar en el futuro próximo, en la llegada de ese gran barco de doce meses pronto a atracar en nuestros puertos. En fin, que Dios nos depare un feliz 2012, en el que podamos cosechar nuestras metas, ser más felices y mejores personas. Que así sea.

martes, 29 de noviembre de 2011

Kwame y la basura tecnológica

Kwame contempla desazonadamente la amplia costa africana occidental, que se abre al horizonte desde el Golfo de Guinea. A lo lejos, algunos barcos mercantes se acercan con sigilo. Provienen de los países del llamado “primer mundo”. Transportan “carcachas”, partes de computadoras, celulares, cornetas, teclados, en fin, la basura tecnológica cuya utilidad ha caducado en el Norte, y que ha sido reemplazada por nuevos equipos, cada vez más funcionales y fabulosos, pero que dentro de poco tiempo, al igual que estos contenedores, cruzarán el océano e irán a parar a países como Ghana, con la supuesta etiqueta de ser equipos de segunda.

Según algunos habitantes de este país africano, más del 80% de estos equipos no tienen arreglo. Finalmente, son lanzados en diferentes basureros, lo que los convierte en agentes contaminantes, dañinos no sólo para el ambiente, sino también para los humildes habitantes de este país. Es poco lo que se aprovecha de esta basura tecnológica, la cual es lanzada a los países pobres como si de un acto de caridad se tratase, por parte de empresas trasnacionales como Apple.

Diariamente, en pueblos y ciudades de todo el mundo, son muchos los desechos tecnológicos que se dejan de utilizar, y que de manera indiscriminada van a parar a cualquier sitio de las casas, los patios, las calles, o en supuestos espacios para su tratamiento, lo que trae consecuencias nefastas para la preservación del equilibrio ecológico del planeta.

Este estado de cosas responde a la llamada sociedad de consumo. Fenómeno que tuvo sus orígenes con la Revolución Industrial, así como con algunas líneas de acción emprendidas desde los altos consorcios trasnacionales. La idea es sencilla: con el poder de los medios y la publicidad, y con la llamada “Obsolescencia programada”, entre otros mecanismos, se crean productos y se venden como altamente necesarios, cuando en realidad responden a una necesidad virtual, en muchos casos.

Al referirnos a la “Obsolescencia programada”, estamos ante una idea surgida en los años veinte del siglo pasado, y cuya premisa plantea la elaboración de productos imperfectos, que generen en la gente la necesidad de adquirirlos frecuentemente. Un caso ilustrativo al respecto tiene que ver con la fabricación de bombillas, para muchos investigadores, el primer producto que respondió a esta patraña en las relaciones socioeconómicas.

Con razón nuestros abuelos y padres comentan, a menudo, que antes las cosas eran mejor fabricadas y duraban más. Este pensamiento asalta a Kwame, quien recuerda, además, que hace veinte años solía venir a la playa a jugar y a divertirse con sus amigos, cuando los barcos sólo traían alimentos y vestidos, y los móviles no existían, ni las computadores, y a pesar de ello, eran felices.

martes, 1 de noviembre de 2011

La poesía de Luis Alberto Crespo

Descripciones oníricas de un paisaje cotidiano, cuyos seres y cosas son tenuemente iluminados por una mirada silente y meditabunda; pliegues de la memoria que se transforman en pinceladas eternas, en donde la belleza de la palabra resplandece, ralentiza los instantes en que el alma se encuentra a sí misma en los espejos de la intemperie o el olvido.

Crespo es un observador que le arrebata al tiempo algo de esa sustancia que pervive en los seres, pero al mismo tiempo, se deja aniquilar por esa majestuosa sonoridad de una tarde de desiertos y brumas, de noches profundas, de sonidos agrestes, de ventiscas desérticas y crespúsculos larenses. En Crespo, el poema es la desazón, es lo que duele y reivindica ese oficio de merodear por las veredas de lo imposible, la savia de la existencia traducida en vocablos escuetos, transparentes, profundos.

Para Gonzalo Ramírez, la poesía de Crespo “se manifiesta a través de iluminaciones fragmentarias. Al elegir el fragmento como procedimiento compositivo testimonia, a la par que su inmensa devoción por el silencio, una raigal necesidad de que las palabras digan más de lo que dicen.” Así pues, la poética de Luis Alberto Crespo, desde sus inicios, se ha enfocado en describir el lugar del hombre frente a sus congéneres, frente a la vida. La pléyade de sentimientos encontrados, las disyuntivas que a cada instante la vida suele presentar, el azar de vivir sin comprender del todo la sustancia primigenia de que estamos hechos.

En cada metáfora, en cada imagen, en cada construcción verbal, Crespo pareciera buscar la altura máxima de su yo espiritual, de su yo poético. Lo intenso que se arraiga subrepticiamente en cada sendero, en cada nube, en cada mirada. No es un simple escribidor, un pintor realista o un mero recolector de historias; ante todo, Crespo indaga en torno a los problemas eternos del ser humano, con una ternura infantil, acompasada. La emoción es el germen de la poesía de este gran poeta venezolano.

En torno a la atmósfera desértica que abarca de una manera u otra la totalidad de la “Babel crespiana”, Rafael Castillo Zapata, comenta: “Toda la poesía de Crespo (…), acontece, pues, es un espacio y tiempo determinados por la atmósfera de un mediodía persistente. Los poemas parecieran reproducir, a menudo, el proceso de violentas evaporaciones que acontece en algún desierto de la tierra o del alma: evaporaciones que hacen incluso de la piedra, en su dureza, una materia pulverizable, capaz de adquirir, en un punto exacto de luz, una impensada transparencia.”

Luis Alberto Crespo nació en Venezuela en 1941. Entre sus libros encontramos: Si el verano es dilatado, 1968; Cosas, 1968; Novenario, 1970; Rayas de lagartija, 1974; Costumbre de sequía, 1976; Resolana, 1980; Entreabierto, 1984; Señores de la distancia, 1988; Mediodía o nunca, 1989; Sentimentales, 1990; Más afuera, 1993; Duro, 1995 y Solamente, 1996. Estudió Periodismo en la Universidad Central de Venezuela y en París. Dirige desde hace cinco años la Revista Imagen, del Instituto Nacional de Cultura CONAC y es uno de los miembros de su Directorio.

domingo, 30 de octubre de 2011

La lírica de Gustavo Pereira

A mediados de los años noventa, me hallaba en la búsqueda de ese yo poético, como cualquier poeta en ciernes, el descubrimiento de la poesía nacional se convirtió para mí en todo un acontecimiento. Lamentablemente, en gran parte de nuestras instituciones educativas, cuando se aborda el estudio de la lírica, se presta una atención tal vez un tanto exagerada a ciertos autores como Pablo Neruda, dejando de lado a esa gran cantidad de poetas nacionales que tanto han dado, y siguen dando aún, a la poesía venezolana.

Voces como Rafael Cadenas, Hanni Ossott, Armando Rojas Guardia, Luis Alberto Crespo, entre otras, revoloteaban en el horizonte poético nacional, con gran fuerza y luminosidad. A pesar de que el Neruda de los libros de Residencia me impactó sobremanera, me puse a indagar acerca de la obra de estos grandes poetas venezolanos. En esta pléyade de muy buenos hacedores de la palabra, me encontré con un poeta, que junto con Eugenio Montejo, han tenido una relevancia especial en mi evolución como lector de buena poesía, me refiero al poeta Gustavo Pereira.

“Escrito de Salvaje” es el primer libro que leí de este gran poeta oriental. Lo encontré en una librería de Mérida, en un viaje de trabajo. Ya había leído parte de su obra en algunas antologías, por lo que cuando lo tuve entre mis manos, no perdí la oportunidad de adquirirlo. En “Escrito de Salvaje” la voz poética de Pereira, ahonda en un mundo de significaciones íntimas y ancestrales.

El amor carnal se transfigura en eterna orfandad. Imágenes en donde se describen sensaciones de ausencia; el cuerpo que no está, la voracidad de un recuerdo que se repliega y cala profundo, la búsqueda y la imposibilidad de revertir el desencuentro. En su “Somari de tu cuerpo desnudo”, el poeta expresa en un lenguaje muy sencillo, ese retorno infinito a lo imposible: “Si lo deseas puedo describir tu cuerpo desnudo / pero prefiero tu cuerpo desnudo.” En Reloj de arena, el cuerpo y la ansiedad que produce su ausencia, se materializan así: “Dejaste el aire lleno de tu cuerpo / y en la cama el vacío.”

Pero más allá de cantarle a un cuerpo ausente, a esa presencia que desea perpetuar en el ámbito del recuerdo, Gustavo Pereira, en una prosa de elegantes acentos poéticos, nos transporta a ambientes agrestes y aborígenes; en un tono de leyenda, nos ofrece pasajes, anécdotas, fábulas breves, que son el producto de sus disquisiciones y reflexiones filosóficas. Así pues, nos encontramos varios textos como Sobre salvajes, Balada de Mira y Krishna, Sobre el sol, Samarkanda, entre otros.

En esta colección de textos poéticos, encontramos “Somari con pastilla efervescente”, a mi juicio, uno de los poemas más hermosos y muy bien logrado de la poesía contemporánea de nuestro país. A continuación un fragmento de éste: “Sacro imperio de la nostalgia apiádate de su incordura / Hazlo chicle que todos mastiquen complacidos / permite que trasponga el umbral de lo que no tiene regreso / y si vuelve la vista atrás / conviértelo en pastilla efervescente / y haz que llueva.”

Gustavo Pereira nació en Punta de Piedras, Isla de Margarita, Venezuela, el 7 de marzo de 1940. Es poeta y crítico literario. Ha publicado más de treinta libros, entre los que se destacan Preparativos de viaje, Libro de los somaris, Escrito de Salvaje y Los seres invisibles. Se Doctoró en Estudios Literarios en la Universidad de París. Fue fundador del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales y del Centro de Investigaciones Socio-Humanísticas de la Universidad de Oriente. Formó parte del grupo "Símbolo" (1958). Fue director y fundador de la Revista Trópico Uno de Puerto La Cruz.

Ha recibido algunos reconocimientos, entre ellos, el Premio Joven Poesía de las Universidades Nacionales (1965), el Premio Municipal de Poesía de Caracas (1988), el Premio Fundarte de Poesía (1993), el Premio de la XII Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1997) y el Premio Nacional de Literatura de Venezuela (2001).

miércoles, 26 de octubre de 2011

Juan Gabriel Vásquez y la nueva narrativa latinoamericana


Me encontraba imbuido en las últimas páginas de Historia secreta de Costaguana del colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) cuando me enteré de la noticia. El jurado del XIV Premio Alfaguara de Novela, presidido por Bernardo de Atxaga, dictó su fallo unánime a favor de la novela El ruido de las cosas al caer, última creación de este importante narrador, cuyo trabajo ha generado muy buenas críticas por parte de escritores, académicos y del público en general.

Particularmente, la noticia me pareció una feliz coincidencia, pues desde hace un tiempo, luego de leer Los amantes de todos los Santos (en la edición mejorada del 2007), me ha interesado, sobremanera, el proceso creador de este gran escritor, traductor y columnista de diversos diarios de Hispanoamérica y del mundo. En adelante, voy a dedicarme a comentar la fascinante obra Historia secreta de Costaguana, desde mi punto de vista, una de las creaciones más audaces y conmovedoras de la literatura latinoamericana de la última década.

Acerca de su obra literaria, el premio Nobel de literatura 2010 Mario Vargas Llosa comenta que es «uno de los escritores más originales de la nueva literatura latinoamericana.» Por su parte, el escritor mexicano Carlos Fuentes, refiriéndose a la novela que nos ocupa, afirma que «el secreto y la belleza de la novela de Juan Gabriel Vásquez residen en la tensión entre dos destinos y dos escrituras (las de Conrad y Altamirano). Tanto en Historia secreta de Costaguana como en los Informantes, Vásquez nos coloca entre disyuntivas morales e históricas inevitables.»

Y es que precisamente esta disyuntiva, el encuentro entre dos mundos dispares; las variantes insospechadas de un destino marcado por ese encuentro, por el roce de dos historias, determinan el punto de ebullición de esta apasionante obra. Según lo ha comentado Vásquez en algunas entrevistas, el germen de la novela nace con la preparación de una biografía del escritor polaco Joseph Conrad, por cierto uno de sus maestros literarios. A partir de este acercamiento al mundo conradiano, y sobre todo con la lectura de Nostromo, una de sus obras fundamentales, Vásquez se encuentra de sopetón con una novela épica y trascendental, en donde entre otras cosas, se recrea la construcción del Canal de Panamá.

El amor y las relaciones humanas ocupan un lugar preponderante a lo largo de las páginas de Historia secreta de Costaguana. El amor paterno, por ejemplo, se describe con formidable crudeza y ternura. Sin duda, el engranaje de los diversos episodios, así como el uso exquisito y eficaz de una prosa elegante y convincente nos coloca frente a uno de los escritores esenciales de la nueva literatura latinoamericana.

En cuanto a sus datos factuales, Juan Gabriel Vásquez nació en Bogotá, en 1973. Luego de vivir en Francia y en las Ardenas belgas, se instala definitivamente en Barcelona en el año 1999. Además de dedicarse a la narrativa, Vásquez desarrolla una labor periodística destacable, la cual se ve reflejada en importantes diarios de circulación internacional. En tal sentido, en el 2007 le fue conferido el Premio de Periodismo Simón Bolívar por su ensayo El arte de la distorsión. Su obra ha sido traducida en países como Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, Alemania, Polonia, Israel y Brasil. Como traductor, ha trabajado en obras de John Hersey, Víctor Hugo, E. M. Foster, entre otros.