jueves, 31 de enero de 2008

Duermes

(A mis hijas)

El universo se regocija sobre tu frente
Tu cuerpo es un ánfora
Resplandeciente y cálida
Donde moran las esperanzas y los besos
En forma de latidos

Duermes

Miles de sueños convergen en tus ojos
Entrecerrados
Sutiles

Tus manos descansan como palomas
Tu pecho levita
Tu boca rosa es un punto en el universo

Duermes

Mientras la noche palpita
Y susurra a la distancia.

miércoles, 30 de enero de 2008

Poema III

El amor es una forma de decirte
Que aún respiro,
Que aún te espero,
Más acá de los adioses
Que inventamos cada día.

El amor es una palabra que adquiere sentido
Cuando te toco,
Entre la aurora o el ocaso.
Es un orgasmo de la memoria
De tanto recordar…

El amor es el envés de tu perfil cuando te acecho
Ese eterno debate entre tu dios y el mío.

Es una lucha mordaz entre tu alma y tu cuerpo,
Entre mi cuerpo y tu sombra.
El amor es convertir la noche en día,
Es fingir que no te veo y mirarte
Entre las cosas más simples o menos hermosas…

El amor es un ultraje de los sentimientos,
Es retomar cada día el anhelo indeciso
De buscarte en medio del mundo,
De perderme entre razonamientos sin sentido,
Y vivir con un nudo entre el pecho y la desolación…

Una prosa para Analía

Ahora que el tiempo y la distancia se han encargado del recuerdo hasta convertirlo en un punto diminuto en el mapa de nuestras vidas. Ahora que el pronunciar su nombre resulta monótono y extrañamente común. Ahora que aquello que fulguraba entre nosotros se deshizo en el aire de una mañana indecisa, signada por efluvios de incertidumbre y miedo... Creo que ha llegado el momento de la catarsis: la hora oportuna para liberar aquellos sentimientos sutilmente solapados bajo la adustez o la comicidad del día a día... (Ensimismamientos que el alma atesora al otro lado de su aparente vivacidad por temor a perderse en indecisiones innecesarias...). Es hora de arrancar desde el fondo una que otra duda, uno que otro desvarío. Usted me comprenderá, Analía... desde el fondo imperturbable de su alma, sé que me comprenderá.
Ahora, cuando acato la puntual certidumbre de su ausencia (aunque, para ser fiel a la verdad, la ausencia se transformó en otra cosa, digamos desazón, nostalgia...), quiero hacerle saber muchas cosas de mí, de usted, de los dos. Confesiones que puedan parecer un tanto triviales y hasta estúpidas, pero que para mí guardan un valor profundo, que va más allá de la simple autovaloración o el cinismo...

Sé que en este preciso momento está a punto de huir de su oficina. Que los ojos los tiene cansados de tanto documento legal, de tantos relojes de pared con la hora inexacta, de tanta intemperie del alma entre papeles archivados de modo alfabético. Sé, además, que ha asumido el mismo aire de cada tarde; ese aire de mujer orgullosa y frívola. Puedo imaginar la escena, desde mi oscuro patetismo, puedo entrever su esbelta figura, sus manos delgadas y pequeñas dando alguna explicación como tejiendo aforismos en el aire o siguiendo con una indiferencia casi inconsciente la línea engomada de la ventanilla del bus... Y sus ojos tenuemente cerrados por lo de la luz tan fuerte; el sol plomizo de la cinco de la tarde. Y su oficina allá, abandonada, como un breve navío, después de ocho horas y pico de naufragios y papeles y sellos y estampillas como cromos, entre llamadas comerciales y una que otra tacita de café, entre trámites burócratas automatizados y almuerzos de cinco minutos aptos para el colesterol o la arritmia; porque el tiempo, ya ve, no nos deja receso... Puedo evocar casi a la perfección (o perfeccionando la realidad, que es otra de mis manías...) ese ademán de singular desprecio, si algún niño corchado de grasa se acerca a usted en procura de una monedita o un buen billete con el rostro de nuestros libertadores (algo que siempre me ha resultado paradójico). Esa es usted, señora mía. Así como el mar es el mar, y el cielo siempre es el cielo; esa es usted. Ahora no me venga con enfados a destiempo.
Imagino que en este preciso instante se está quejando, porque la ruta está demasiado embrollada para su gusto. Porque el chofer cincuentón con cara de hastío la mira de soslayo, mientras que por su cabeza, cansada de tanto pavimento y ciudad, seguramente se proyecte una escena del kama sutra. Y usted que mira nuevamente el reloj, el tic tac de siempre, dejando escapar en susurros una mentadita de madre sin destinatario concreto, como quien lanza una pedrada al centro de una manifestación estudiantil. Tal vez esa pedrada lleve mi nombre, tal vez, por demasiado estúpido o por amargo y tímido. Porque de cuando en cuando me dejo pisotear por lo demás, auto calificándome de mártir, a sabiendas de que eso no es más que un pobre recurso con el que me quiero negar a mí mismo mi falta de carácter. Usted, más que nadie, es testigo de las veces en las que guardé silencio cuando debía hablar; usted, que luego me lo gritó a la cara golpeando mi orgullo, que en más de una ocasión me trató de cobarde, de poco hombre, porque la vida no es así, es mucho peor...

Como cada tarde, ahora sus pasos ligeros remontan la avenida del panteón. Súbitamente, su cara adquiere un halo platinado cuando el sol del atardecer destella contra las ventanillas de un auto estacionado al borde de una acera y la golpea de frente, sin clemencia. Y de pronto su mundo es irrumpido por la indecencia de algún transeúnte impertinente que es abrumado por el swing clásico de sus caderas, por ese trasero de talante renacentista que usted exhibe detrás de un bluyín estrech, como quien no quiere la cosa...

Luego de gritarle poco hombre, cualquier hombre con algo de orgullo no haría otra cosa que estrellarla contra la pared, y le acariciaría febril los pechos y la entrepierna, descargando toda su virilidad deshonrada en el punto exacto de su intimidad. Y usted se defendería como la loba que defiende sus cachorros, entre rasguños y gritos y empellones y mordiscos desesperados y hostiles. Pero no fui lo suficientemente hombre para hacerlo y dejé quietecitos los cachorros (léase: sus pechos y su entrepierna...), por temor a empeorar las cosas, asumiendo el papel de machista frustrado que no va conmigo. Ese es otro aspecto del cual quiero ocuparme un poco más. Pueda que así usted termine de entender mi posición, mi filosofía de vida, por repetir un cliché demasiado repetido.
Ahora que tengo la posibilidad de situarme en el justo lugar desde donde puedo analizarlo todo de modo objetivo, caigo en la cuenta de que, en el fondo de sí, usted es de esas mujeres para quienes un hombre que se respete debe ser más que eso, debe ser un machista. Y pensar que a veces exagero de pusilánime. Vea usted, oh mi joven señora, las contradicciones de la vida. En este punto de nuestra relación, el hastío fue mellando toda posibilidad de unión, de convivencia. Usted, siempre festiva y luminosa, y yo, que no fui capaz de vencerme a mí mismo. Y el tiempo que fue un verdugo eficaz, que fue anegando con su pastosa presencia todo indicio de esperanza y sosiego. Sé que no soy un tipo normal, si cabe la frasecita. De esos cuyos rasgos han sido estereotipados hasta el cansancio por el cine hollywoodense; de los que plantean y viven la vida desde un plano meramente materialista, exento de todo ápice de metafísica o espiritualidad. Mi caso es otro: soy un romántico trasnochado y no lo niego (y usted lo sabe muy bien...), de los que se enternece como un niño ante los clásicos y no tan clásicos detalles que estimulan al corazón, de los que creen en la dignidad del ser humano, más allá de razas, credos, idiomas y geografías. Un visionario para algunos; un tonto para otros.

Ha atravesado el elevado de la avenida independencia, caminando al compás del tumulto de gente que retorna del trabajo, y que desde ahora anhela estar en su casita frente a una buena cena y una buena película de acción o telenovela rosa. Y entonces la ciudad se torna bochornosa y cargante, hasta para usted, quién lo iba a pensar, Analía. Porque en este mundo donde han de existir otras tantas Analías, que como usted, fuman un cigarrillo tembloroso en el sillón de un boulevard cualquiera, acaso pensando en algún asunto metafísico, acaso pensando en la cena de esta noche, usted, repito, se me antoja única, irrepetible en sus gestos y en sus emociones... En sus fantasías y proyectos; sus miedos platónicos y sus meditaciones de medianoche u oficina. Única como la u de esa palabra...

Al voltear la última esquina, el edificio número tres, fachada entre añil y blanco, se erige ante sus ojos con ese extraño toque familiar de todos los días, y lo siente tan suyo, tan parte de su cuerpo, que se le precisa una inefable prolongación de su existencia. Ya es como si percibiera la suavidad íntima de su mueble favorito en contacto con su espalda y parece que todo su mundo se simplificara en ello, en esa cotidiana imagen táctil. “Otro día más; otro día menos”, suspira, mientras se acomoda un racimo castaño tras el lóbulo de su pequeña oreja derecha, que de cuando en cuando se interpone entre sus ojos y el mundo. En tanto que otro chicle es triturado con cierta furtividad infantil, para menguar el aliento de la nicotina y evitar así enfados vespertinos...

Única como la u de la palabra única. Y pensar que hasta hace poco me era un ser extraño, uno de los tantos de miles y miles de seres desconocidos que trafican la ciudad (como la u de la palabra unánime o humildad...). Una rosa en medio de un gran rosal, como lo diría Exupery (Por cierto, ¿Usted leyó el Principito?). Así es la vida, en fin, qué le vamos a hacer...
Pero qué agobiante resulta reconocer que más allá de esta vida física y de lo que somos pululen tantos sueños y tantas otras tentativas del alma. Lo que el silencio logra enquistar y transformar en aparente olvido; la tácita imposibilidad que se materializa en feliz mansedumbre o fatal desconcierto; lo que queremos y no podemos conquistar por miedo a ser o por mera aceptación de un destino fundamentado en disposiciones sociales... Porque usted no llegó a entender que detrás de este asalariado público, de estos ojos levemente aindiados y miopes, un ser sensitivo luchaba por sobrevivir, por ser algo más que una posibilidad...

Ha rebasado el último peldaño. Ahora se encamina a la puerta de su apartamento, “ojalá que no haya llegado todavía...” se dice a sí misma, en un murmullo casi imperceptible. Y así comienza la última parte del melodrama, cuyos protagonistas y espectadores son ustedes mismos... Entre un mimetismo y otro, entre libretos sobre-actuados, carentes de toda ostensible improvisación, superfluos y banales, como el empleado de ferretería que despacha algún pedido rutinario o el ginecólogo experto que examina un pubis como quien acude al teatro y se queda dormido. Usted: la ama de casa que atiende a su esposo de modo ejemplar, porque no hay otra forma...Porque así lo dicta la costumbre...Y luego echar un vistazo a la alacena para comprobar que todavía queda algo de pasta, beber una taza de té después de la ducha para lo de la jaqueca tan seguida, y revisar el correo electrónico antes de que él regrese del trabajo, no vaya a ser que un poeta principiante con aires de intelectual haya enviado una prosa autobiográfica con el título exacto de su nombre...

(septiembre de 2004)

martes, 29 de enero de 2008

Predestinación

Qué pasará mañana cuando tú y yo hayamos comprendido que el amor no éramos nosotros: éramos todos y nadie, qué más da. Cuando tu olvido atraviese como una lanza mi desvarío, cuando la calle se olvide del leve murmullo de tus piernas. Cuando el crepitar silencioso de tu adiós me vuelva trizas, y tus besos se sinteticen hasta alcanzar la forma exacta del desamparo. Qué haré en adelante, después de tanto fuego y humedad y caminos trillados y humaredas y noches y todo. Reciclaré tus fragmentos en el aire (la leve risa, el seno altivo, la mano inerte), contemplaré silencioso tu adiós de largo trecho: tu andar indescifrable, tu bolso azul de ausencia, tu miopía de vidente, tu cadera entre la sombra. ¿En dónde guardaré la avaricia, el temblor, la insensatez de buscarte como un loco en medio de mí mismo?

Tardecitas sin café

“...el hombre vive en el tiempo, en la sucesión,
y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.”
Jorge Luis Borges.


La mujer se incorporó lentamente, sorteando el peso de la incertidumbre. Afuera de la habitación se iniciaba, como cada mañana, el ajetreo de mesitas rodantes, los lloriqueos intempestivos que rompían bruscamente el silencio de los pasillos, los traqueteos de tacones que vienen y van al compás de las emergencias, portazos, las voces lejanas o cercanas que comentan algún acontecimiento trivial, la consabida muerte de la ancianita del 308, apellidos de doctores pronunciados con cierto aire teatral... En fin, un nuevo día aleteaba allá afuera, tan previsible y corriente, que Jesusa llegó a pensar que tal vez no podría volver a vivir fuera de ese recinto.

Me duele constantemente a nivel del páncreas, doctor. Es un dolor punzante que de cuando en cuando me hace cerrar los ojos, nublándome la existencia. A veces, cuando menos lo espero, el dolor como que se amplifica y me invade todo el cuerpo. En esos momentos me hago consciente del lugar donde estoy, siento el tacto de la sábana, vieja sábana blanca (¿blanca?), y me pregunto cuántas personas habrán padecido aquí, cuántas habrán sentido, como ahora yo, el ámbito glacial de estas cuatro paredes, esta incertidumbre que me empuja cada vez más al borde de la desesperación, esta ansiedad permanente que me hostiga sin tregua y que al paso del tiempo se agiganta y se filtra hasta por mis huesos... Cuándo terminará este karma, Dios, cuándo podré volver a mi casa, cuándo volveré a acostarme en mi cama y haré el amor con mi marido nuevamente, cuándo volverán aquellas plácidas tardes de cafecito con leche y pan con queso, a la vuelta del trabajo; las conversaciones con Damiana y su peculiar manera de afrontar la vida, cuándo podré saludar a la señora Olga y discutiré con Pablito aquel asunto de su escolaridad...

Cuando pasé revista esta mañana la señora estaba tranquila, aunque por su puesto, con algo de dolor, pero eso es normal, señor, no se preocupe... Dijo que le dolía a la altura del páncreas, algo que me dejó un tanto preocupado; además estaba muy pálida... Anoche casi se nos va, la tensión casi le juega una mala pasada...

Son casi ocho meses. Ochos meses que se me antojan interminables, infinitos. Los días han sucedido como en una pantalla de cine y yo del otro lado, como un espectador más; impotente, impasible. Abrumado por el hecho de no poder cambiar el rumbo de los acontecimientos... Y tener que verla así, tan pálida, tan otra persona, con las manos lánguidas y delgadísimas, casi tan frágiles como si fuesen de cristal, como si ante un brusco movimiento... pero el doctor me ha dicho que no me preocupe y que pronto volverá a su vida normal... pero, ¿Cuándo, doctor? ¿Cuándo podrá volver a su vida normal? ¿Cuándo podremos volver a nuestra vida normal, Jesusa? ¿Cuándo?

En ocasiones pierdo la noción del tiempo; no sé si hoy es ayer o ayer es hoy. A veces despierto y creo estar en casa, abro los ojos en medio de la noche y me parece que estoy viviendo lo ya vivido... Los muchachos en la habitación de enfrente durmiendo como angelitos, la respiración ronroneante de Rafael, justo a mi costado derecho; el canto de grillos y ranas palpitando detrás de los jardines, irrumpiendo el ámbito de la casa en una oleada monótona y pertinaz; el sonido intenso y eterno de la alta noche, la calle de los Abrojos N º 16 con Avenida España, ay, otra vez la puntada de siempre, ¿quién puede calmarme este dolor? ¿Quién? ¡Señorita, por favor...! La calle de los Abrojos... Rafael está que se gradúa, a pesar de haber sido siempre el más flojo, ahí va mi muchachote, en menos de un mes y será todo un ingeniero... Pero con Mario si que la pusimos: no sé qué le pasa a este muchacho, que si mucho porque es mucho; que si poco, porque es poco... y con la noviecita que tiene ahora, esa flaca de juguetería... Ayer me vinieron a visitar. No creas que no me di cuenta de la expresión de Sarita al verme en este estado, ni siquiera disimuló; después de un breve saludo a regañadientes, se despidió con una sonrisa demasiado efusiva para ser sincera, dijo que te esperaba afuera, y salió meneando ese culito como si fuese la mismísima miss universo; no es por nada, mijo, pero me hubiera gustado que te quedaras con Abigail, esa muchacha sí que valía la pena; pero en fin, cada cabeza es un mundo, qué le vamos a hacer...

Luego del diagnóstico, tuvimos que internarla de inmediato. Estaba muy mal la señora; recuerdo que hasta le calculamos, como mucho, unos cinco meses de vida. La mayoría de pacientes, en las condiciones con que fue referida a la clínica la señora Jesusa, no resisten más de ese tiempo. Ayer estaba tranquila, comió medianamente bien, estuvo concentrada en la tele como si no hubiese nada más importante. Según me contó después una de las enfermeras de guardia, la señora había despertado afable y sonriente y hasta les había contado algunas historias sobre Rafaelito y Mario...

Ayer estuve pensando en la muerte, como si fuera un mal presagio. Estuve recordando los últimos días de mi madre. La manera como paulatinamente fue perdiendo fuerzas, para luego irse apagando, imperceptible, serena, como las luces de los barcos cuando se alejan del puerto hasta perderse en alta mar. La muerte, esa señora irremediable… la que nunca falta, la que siempre está… Y pensar que nunca pude dedicarle el tiempo que ella se merecía; nunca me interesé en prodigarle esa dosis de afecto y ternura que de un modo callado siempre imploró, detrás de esa sonrisa mansa y esa manera tan calma de sobrellevar su invariable destino; no fui capaz de sortear el cerco de rencor sordo y punzante que muy en el fondo de nuestras almas impidió un acercamiento más que filial; le negué ese abrazo sincero que ahora desanda conmigo en los vericuetos de una habitación insoportablemente blanca y sórdida y triste… madre, madre mía… ojalá exista un cielo donde pueda encontrarte, donde no te sientas tan sola… madre mía, donde no te sientas tan…


Ayer el doctor me acrecentó la incertidumbre. Me explicó, de una manera reposada y hasta didáctica, que Jesusa había decaído en un estado de letargo y ensimismamiento muy preocupantes. Que me preparara para lo inevitable. Lo mejor en estos casos es mantener la calma, transmitirle a la paciente paz, serenidad, mansedumbre. Sé que es difícil, señor Rafael, pero es lo único que puedo aconsejarle. No quiero crearle falsas expectativas. Como usted muy bien lo sabe, lo del transplante era nuestra última opción… El ascensor quedó atrás, estoy descendiendo a un abismo que se llama planta baja, a un subterráneo solo, aunque contaminado de pasos y smog y ruidos cotidianos y bochornos y parejas disparejas que transitan el caos del atardecer y luces metálicas que resplandecen contra el cielo en una reverberación asfixiante. No sé por qué he remontado la avenida del cine y me he internado a una placita solitaria, en donde el verdor de los árboles y el canto de los pájaros le dan a la ciudad un aspecto de espejismo. Hace treinta años Jesusa y yo estuvimos en este mismo lugar. Recuerdo la espesura de sus cabellos retozando sobre sus hombros, sus ojos grandes y vivaces huyendo de los míos; aún pervive en mi mente el helado temblor de sus manos acariciando mi espalda, la temperatura de su respiración sosegada y violenta a la vez, la latencia de su pecho, alborotado y febril…


La intervención fue todo un éxito. Ahora lo que resta es esperar la recuperación. Como ya les expliqué ella necesita tranquilidad y muchos cuidados…

Llegamos a casa. Parece que estuviéramos llegando a un lugar desconocido, nuevo para mí. Los muchachos han cambiado de lugar los muebles. Han pintado la sala y los cuartos, las plantas del jardín han crecido y ahora juegan altivas con el viento que baja de los páramos. Al primer vistazo, me parece que la biblioteca carece de los libros favoritos de Rafa… Ay qué dolor… Me asomo al baño y me percato de que también faltan sus pastillas, ojalá que esté bien… Los muchachos me lo dijeron apenas salimos del hospital, papá tuvo que viajar con urgencia a una entrevista de trabajo… ojalá logré conseguir el puesto, siempre ha soñado…

Raúl Márquez, septiembre de 2005, febrero de 2007

Hacia la formación de un lector activo

(Parte I)


En la década de los setenta el escritor argentino Julio Cortázar sugirió la existencia de dos tipos de lectores, en cuanto a obras narrativas se refiere: el lector-hembra y el lector-cómplice o lector activo. El lector hembra es aquel lector que no tiene desarrollada convenientemente la capacidad de pensar, de dialogar con el texto; por lo tanto, no logra interactuar efectivamente con el mismo, lo cual trae como consecuencia una comprensión pobre e ineficiente; a lo sumo, una lectura superficial, mecánica. Por su parte, el lector cómplice o lector activo es aquel que siempre está dispuesto a participar activamente en la construcción de la obra narrativa, es aquel que, en palabras de Cortázar, “puede llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el narrador”. Según esta concepción cortazariana de la lectura, el lector cumple un rol fundamental en la construcción y reelaboración de significados. La obra nunca está acabada por completo, sino que precisa de la competencia del lector. Los conocimientos previos, el mundo de experiencias, la manera como cada lector percibe la realidad de su entorno, determina el significado final de la obra, su incidencia humana y social, su trascendencia en el tiempo.

La posición del genial escritor de Rayuela nos conduce a replantear la concepción y la didáctica con que se han abordado en nuestros liceos y colegios el estudio y la enseñanza de la lengua materna y la literatura. En primer lugar, es necesario estudiar la pertinencia de los contenidos propuestos por los programas oficiales de Castellano y Literatura, teniendo como único criterio el establecer si los mismos promueven la formación de lectores verdaderamente críticos; si promocionan la lectura como herramienta insustituible en el desarrollo de aprendizajes significativos, y sobre todo, si acercan al joven al maravilloso mundo de la letras, es decir, a la poesía, la narrativa, el ensayo y la dramática…
Tradicionalmente, la enseñanza de la literatura, en muchos de nuestros liceos y centros de estudios superiores, consiste en la repetición por parte del alumno de datos y estadísticas referidas a algunas obras literarias, casi siempre impuestas por el docente, de modo que “el aprendizaje” se sustenta en el caletre por parte del estudiante de una serie de informaciones, que bien poco promueven la formación de un lector activo.

La escuela, como institución formal de aprendizaje, valora bien poco la experiencia lúdica y de goce estético que aporta la lectura a la vida. Las tareas escolares y el hecho de leer “obligadamente” un texto le restan espontaneidad y riqueza a este acto educativo, convirtiéndolo, en muchos casos, en una actividad engorrosa, rutinaria. Si bien es cierto que la lectura, en el ámbito de la escuela, debe responder a un programa preestablecido y al cumplimiento de las necesarias reglas educativas, no por ello debe constituirse en una camisa de fuerza que prescinda tan abiertamente de los conocimientos previos y las inquietudes propias y naturales de cada estudiante.

Una cuestión que es preciso aclarar en este punto tiene que ver con la relación necesaria entre una lectura espontánea y la debida orientación que el joven necesita al momento de llevarla a cabo. En esta interacción lo criticado en líneas precedentes en cuanto al empleo exagerado de una concepción historicista de la literatura, puede cobrar cierto sentido. Lo recomendable cuando un docente propone la lectura de una obra literaria, es el empleo de una serie de elementos motivadores, empezando, claro está, porque dé a conocer su propia experiencia lectora. Por otra parte, puede apelar a datos y conocimientos paraliterarios que ayuden al joven a entender la importancia de la obra literaria que se le propone leer, su pertinencia social, su valor literario. Además se debe hacer hincapié en el hecho de que el texto narrativo constituye un discurso autónomo en sí mismo; una realidad coherente y vibrante que palpita con vitalidad propia, haciéndonos participes de una dialéctica de la vida, tal y como un paisaje pintado al óleo representa una parte de la realidad, simbolizada y personalizada, sobre un lienzo enmarcado.