miércoles, 25 de abril de 2012

poema


La luna no volverá por nosotros
Ni el cielo vendrá a cosechar nuestras últimas lágrimas,
Ni siquiera el sollozo de los cuerpos
Vibrará en la clara estancia
Donde aún se agitan los espejos

En la ahíta noche del corazón
Cuando más te pienso
Y finjo una sonrisa de media cara
Como para apaciguar
El rictus desapacible de tus labios,
Tus formas lumínicas adosadas a la espalda del recuerdo
Merodeando los tejados del alma
Como una gata sigilosa y pertinaz

No volverá el viento a resoplar en los jardines,
Para que tú no vuelvas vestida de verano…

sábado, 21 de abril de 2012

Conciencia ciudadana

Una sociedad es la sumatoria de todos sus ciudadanos. En ese ámbito humano, la interdependencia teje sus hilos de manera inevitable. Así pues, el sino cultural, los procesos históricos, o la manera como sus líderes ejerzan su labor, que de por sí debe responder a las necesidades de todos, va moldeando el carácter de tales contextos. Aunque no conversemos con nuestros vecinos o prefiramos mantenernos encerrados en nuestros hogares luego de llegar del trabajo, siempre vamos a ser influenciados por lo que decidan los demás, como por ejemplo, los responsables de los servicios públicos, o por el alcalde de turno o las decisiones del presidente.

En este orden de ideas, he venido reflexionando acerca de nuestro comportamiento ciudadano. Y es que es fácil argüir que por el sólo hecho de participar en las elecciones ya se ha cumplido con el rol que todos debemos asumir como ciudadanos de un sistema democrático. Desde mi punto de vista, quienes piensan de este modo, cometen un grave error. Ser ciudadano es coadyuvar al mejoramiento del nivel de vida de todos a través de una participación activa, en donde el diálogo y los intereses comunes estén por encima de lo individual.

Sin embargo, esto lamentablemente no es así. Vivimos en una sociedad de instintos, en donde el concepto de ciudadanía no se aplica en casi ningún ámbito social. Cada quien hace lo que puede y quiere, en muchos casos, sin mirar al que está al lado, aquí el lema parece ser “sálvese quien pueda”. No quiero parecer pesimista, sólo intento ser lo más realista posible. Esta aseveración se fundamenta en las cosas que he visto, en las actitudes que fácilmente se aprecian por doquier.

En estas épocas de lluvia, por ejemplo, año tras año, se repiten las mismas escenas, casi los mismos titulares de prensa se despliegan, en los que se infiere la falta de madurez de una sociedad, de un conglomerado de personas que no toman en cuenta procesos preventivos y de mantenimiento de las vías de comunicación, que siguen arrojando sin ningún pudor desperdicios a los ríos y quebradas, que se acuerdan de limpiar las aceras y los ductos de agua justamente cuando éstos ya han colapsado.

Una sociedad en la que los gobiernos locales o nacionales deben activar operativos de seguridad o de tránsito, porque muchos conductores no son capaces de cuidarse por sí mismos, no puede decirse que es una sociedad en vías de desarrollo. El progreso de un país no se mide solamente por el crecimiento económico que éste pueda experimentar, sino por la calidad de relaciones que se entablan entre sus conciudadanos. Así pues, contribuyamos a nuestro verdadero crecimiento, y no nos dejemos manipular por quienes prefieren mantenernos entre las brumas de la incomunicación.

sábado, 14 de abril de 2012

Las ideas de Antonio Pérez Esclarín



Uno de los últimos libros del maestro, filósofo, escritor y conferencista Antonio Pérez Esclarín, “Educación Integral de calidad”, publicado por San Pablo, en 2011, es una especie de inventario de lo que ha sido el pensamiento educativo de este gran pedagogo venezolano, de origen español, cuyos pilares esenciales se fundamentan en la formación integral de los individuos, para que estos sean personas cada vez más humanas y felices. Una educación para la vida, en suma, en donde la familia y la sociedad juegan un papel preponderante.

Recuerdo que el primer libro que leí de Pérez Esclarín fue “¿Es posible educar hoy en Venezuela?”, hacia el año de 1995. Desde entonces, he tratado de poner en practicar muchas de sus enseñanzas y planteamientos. Labor nada fácil y que me ha llevado a considerarme un educador en continuo proceso de formación, un investigador a tiempo completo de nuestro sistema educativo y sus implicaciones en la vida social.

En tal sentido, comparto la filosofía educativa que Pérez Esclarín ha sostenido a lo largo del tiempo, cuando plantea una educación arraigada en la realidad de los estudiantes, de su entorno, de su realidad última, en donde los contenidos no sean fines sino medios que conlleven a la formación de las competencias más importantes, de modo que los alumnos, progresivamente, vayan asumiendo las riendas de su propio aprendizaje.

En este orden de ideas, el docente ha de convertirse en una suerte de puente que medie entre los conocimientos, conceptuales, procedimentales y actitudinales, que el estudiante tiene que desarrollar y el modo como éste debe proceder para lograrlo. Así pues, Pérez Esclarín resalta el valor indiscutible y vital de la tarea educadora: “Educar no puede ser meramente un medio para ganarse la vida, sino que tiene que ser un modo de dar vida, de defender la vida, de ganar a la vida a los demás, de provocar las ganas de vivir con autenticidad y libertad.”

Uno de los procesos a los que Pérez Esclarín ha hecho énfasis en casi todas sus publicaciones tiene que ver con la enseñanza de la lectura y la escritura, pilares fundamentales de todo sistema educativo. En cuanto a la lectura, advierte que ésta es una herramienta prodigiosa en la activación y desarrollo de la imaginación y la creatividad de los estudiantes. Sugiere la lectura de poemas, cuentos, leyendas, pues de acuerdo a sus palabras: “La lectura sumerge al niño en un mundo mágico, que a diferencia de la televisión que se lo presenta hecho y no requiere ningún esfuerzo, él debe imaginar.”

Los lectores autónomos, críticos, que empleen eficazmente la lectura como medio de aprendizaje y recreación, son el perfil que se requiere en toda sociedad que busque un mejor nivel de vida. En consecuencia, Pérez Esclarín aboga por un docente lector, investigador e intuitivo, que sepa interpretar este aspecto, y lo más importante, que lleve a cabo estrategias para tal fin.

En lo referente a la escritura, este insigne educador, sugiere que la escuela enseñe a los estudiantes a construir sus propios textos, dejando de lado la copia y la repetición. Sólo de esa manera, construiremos esa sociedad que tanto anhelamos, donde el amor, la honestidad, el respeto, la tolerancia sean los pilares fundamentales.

lunes, 9 de abril de 2012

Sábado

Era un sábado cualquiera. El día había transcurrido de prisa. De hecho, no me alcanzó el tiempo para hacer las cosas que tenía planeadas. Por otra parte, el clima estuvo apacible, fresco, a pesar de que estamos en pleno verano. Mamá llamó dos veces, habló con Alejandra. No sé de qué hablaron, pero me lo imagino.

Voy meditando esto mientras el carro atraviesa la avenida Libertador. La ciudad está vestida con sus mejores luces. El karaoke queda como a media hora de la casa. Nos detiene el semáforo. Roberto acciona el botoncito digital de su pionner; el auto es invadido por una canción de moda que mi compañero tararea mientras golpea sobre el volante. De pronto, me comenta algo sobre su esposa. Al parecer, Sofía ha estado actuando de modo extraño. «Yo creo que ya no me quiere como antes…», añade y suspira.

Recordé que Alejandra ha estado también un poco rara. «Quién sabe si las muchachas se pusieron de acuerdo para jodernos», pienso, entonces un reguetón interfiere en mis pensamientos; de inmediato le pido a mi amigo que por favor le baje volumen.

Llegamos al local. A pesar de la hora (eran casi las diez) había bastante gente. Saludamos a Ernesto y a Pacho. Nos sentamos y pedimos cervezas. En eso, me llega un mensaje. Reviso el celular. Es Alejandra. Dice que yo sí que tengo riñones, dejarla sola precisamente hoy… Le respondo de inmediato. Le explico que es solo una vuelta, que dentro de unos veinte minutos pasamos a buscarlas. Al cabo, me quedo esperando como un idiota una réplica que nunca llega. Entre tanto, Roberto me sigue comentando los pormenores de su inquietud: «Se ha vuelto evasiva, pana… No quiere que la toque ni nada…»

—Tranquilo, hermano, seguro son cosas pasajeras… Pronto se le pasará. No te preocupes…— Golpecito en el hombro y otra ronda, por favor…

Llevo casi diez años con Alejandra. Roberto se casó con Sofía hace unos meses, aunque tienen como quince años viviendo juntos. Nos conocemos desde el bachillerato. Los cuatro, hemos compartido muchos momentos, tanto tristes como alegres. Cuando ellos han estado en problemas, hemos intervenido con sumo cuidado, y las cosas han vuelto a la calma; de igual modo, ellos nos han ayudado en algunas ocasiones en que hemos estado a punto de tirar la toalla.

«Vamos por las muchachas, marico», le dije a Roberto, recordándole además que ese día era mi aniversario con Alejandra. El local estaba full. Salimos lentamente. Al cabo de unos minutos nos dirigíamos a la casa de Roberto. Allí nos aguardaban Alejandra y Sofía.

Iban a ser las once cuando nos detuvimos frente a la casa. Las chicas abrieron de inmediato. Nos contestaron el saludo entre dientes. Se subieron al auto sin decir nada, serias e irascibles. Durante el trayecto, respondieron nuestras preguntas a punta de monosílabos: «Sí», «No»

Cuando llegamos nuevamente a la discoteca, había tanta gente que no pudimos sentarnos en el ambiente familiar, en donde estaban las mesas, por lo que tuvimos que apretujarnos en la barra. Como es de suponerse, las chicas se encendieron aún más, ahora sí que la cagamos, pensé, mirando a Roberto a los ojos, que por cierto, ya los tenía rojos y chiquitos, lo que me causó un poco de risa.

Dos horas más tarde, las chicas ya se habían contentado. Las Smirnoff estaban surtiendo efecto. Bailamos y echamos broma, como en los viejos tiempos. Sin embargo, en medio de las luces y la algarabía no pude evitar pensar en lo que me había comentado Roberto. Mientras las chicas iban al baño, le pregunté sobre el asunto, que si le había dicho algo a Sofía, pues un rato antes los había visto conversando, un poco serios.

—Marico, me dijo que debíamos encender nuevamente nuestra relación. Que estaba cansada de lo mismo…

— ¿Y tú qué le dijiste?

— Coño, marico, qué le iba a decir… Que dejara la estupidez…

—Chamo, la cagaste… Yo creo que ella puede tener razón…

— Mejor no nos hubiésemos casado… Desde que nos casamos, vamos de mal en peor…

En ese momento, llegaron las muchachas. Parecían muy contentas. Les sonreímos y pedimos otra ronda. De pronto, se acercaron a la mesa Vicente Ortiz y su hermano Raúl. Los conocíamos de la universidad. De hecho, Raúl había sido novio de Sofía. Apenas se asomaron, Roberto cambió de expresión, se puso tenso, hasta me pareció que vigilaba las actitudes y movimientos de Sofía. Los chamos nos saludaron, muy amablemente, y nos preguntaron por los Montoya. Les dijimos que no los habíamos visto. Entonces nos desearon buenas noches y se perdieron entre la gente que bailaba. De pronto, Sofía se puso de pie e invitó a Alejandra a que la acompañara de nuevo a los servicios.

— ¡Pero si fueron hace rato! —gritó Roberto, con la voz perturbada por el alcohol.

¿O sea, que hasta para ir al baño me vas a formar un rollo?

Cálmate, pana —dije, tomándole el brazo a Roberto.

Entonces Roberto volteó hacia mí con cara de pocos amigos y me dijo que dejara de ser huevón…

Alejandra, por su parte, me miró con ojos absortos, como consultándome sobre lo que debía hacer. Le hice una seña con la cabeza. Entonces se alejaron entre el tumulto. En ese instante, Roberto me dijo que las siguiéramos. Le dije que dejara la vaina, sin embargo, insistió: «No nos van a seguir viendo la cara de huevones… Seguro se van a ver con esos hijueputas… »

—Deja de pensar estupideces, hermano. Mejor regresémonos —dije, alzando un poco la voz, pues por esos lados de la pista la música sonaba con mayor fuerza. Sin embargo, Roberto no pareció escuchar mis palabras.

Esperamos por unos quince minutos, frente a los servicios, pero las chicas nada que aparecían. Entonces Pacho se acercó y nos informó de modo discreto que las muchachas estaban afuera, que él mismo les había abierto la puerta.

—¡Coñoelamadre! Te lo dije, pana…

—Seguro están tomando aire, tranquilo. Vamos a sentarnos… —dije.

Estaba terminado de hablar y ya Roberto se dirigía a la salida, totalmente enfurecido.

Al salir del local, dimos un primer vistazo a nuestro alrededor, pero no logramos verlas por ningún lado. No obstante, a los pocos segundos, nos pareció ver dos figuras femeninas abrazadas en la oscuridad del estacionamiento. Se besaban con pasión, se tocaban con desenfado. Eran las muchachas.

No supimos qué hacer. Tras unos instantes de shock, Roberto lanzó un alarido y corrió como un loco hacía donde ellas estaban. Yo me quedé quieto como una piedra. Entonces Pacho se asomó asustado y me dijo que qué pasaba. Le dije que nada, que tranquilo, que eran cosas de pareja. Al acto, me dio dos palmadas sobre el hombro, y me dijo que ya iba a cerrar, que estaba cansado, que por favor pagáramos la cuenta.