Guillermo mira el reloj por enésima vez. Apaga el reproductor, se baja del automóvil y se dirige hacia la gasolinera. Son las once de la mañana, un sol intenso arde sobre la ciudad. Ya lleva más de dos horas en la cola. Se siente inquieto, pues su madre y sus hermanas lo esperan en casa. Quedaron en comprar en horas de la mañana los ingredientes para las hallacas de la nochebuena. No imaginó que el hecho de abastecerse de combustible sería tan complicado. Durante su viaje desde Valencia, dos días atrás, encontró total normalidad en las estaciones de servicio, pero a partir de Barinas, todo cambió.
Al preguntarle a uno de los “bomberos” sobre la situación, éste apenas le dijo que el problema era que no había luz, y que el dueño de la bomba no había dado la orden de prender la planta eléctrica. Pero ¿por qué?, eso es algo absurdo. Pues sí… —respondió el hombre— ¡Pero él es el que manda!
Regresó sobre sus pasos. Encendió nuevamente el reproductor del carro. En una radio local unas personas comentaban sobre los problemas de electricidad, el desabastecimiento de gasolina, la inseguridad, etcétera. Afuera el cielo comenzó a nublarse. Posiblemente iba a llover. Le escribió un mensaje a su hermana en donde le explicaba la situación, la hermana le respondió que tranquilo, que no se preocupara.
De pronto, un vendedor en bicicleta se acercó gesticulando algo. Guillermo abrió la ventanilla, le preguntó que qué pasaba; el señor le dijo que ya no iban a vender más combustible. Mejor váyase a otra estación, aconsejó con parquedad. Algunos carros comenzaron a moverse, rompiendo la cola. En ese instante, en la radio anunciaron cadena nacional. Entonces, una llovizna tierna refrescó la tarde.