Hace unos diez años leí La caverna. Novela escrita por el premio nobel portugués José Saramago. Me pareció una novela exquisita, en que se conjugan de manera acertada el fondo y la forma; las técnicas modernas con los modos de la novelística clásica. En La caverna, se desarrolla una temática universal, tratada con tino, inteligencia y sencillez.
La novela presenta las vicisitudes de una familia de alfareros que enfrenta los irremediables procesos que trae consigo la globalización. Viven ese desplazamiento que de modo terrible los margina, los convierte en seres inútiles. La paciencia y la obstinación del viejo Algor, la soledad, la nostalgia, la vejez vivida con sobriedad y orgullo, son los temas que página a página, van hilvanando un relato que se repliega de manera sutil, en el que se plantea el problema filosófico del hombre moderno, frente a los avatares de la industrialización, el consumismo y la producción en serie.
En sus páginas, encontramos ambientes rurales y urbanos en constante enfrentamiento. Con un lenguaje transparente, poético, Saramago nos describe ámbitos cotidianos: la poderosa ciudad con su gran centro comercial, sus edificios, sus avenidas abarrotadas, su velocidad y su desquiciamiento; por otro lado, la periferia, los barrios pobres, las calles sucias, los pueblos lejanos en que la vida campestre palpita, con sus casas de barro y sus hornos y su lentitud milenaria.
Una de las cosas que me llamaron la atención al momento de leer por primera vez esta obra, fue la manera como el escritor portugués introduce los diálogos. En tal sentido, se emplea el diálogo indirecto, el cual se inserta sin ningún tipo de señalización, tales como las comillas o los guiones. En efecto, éstos se presentan separados por comas, en donde la entrada de cada personaje se inicia con letra mayúscula. Aunque debido a esto, los párrafos suelen ser un tanto largos para mi gusto, la lectura se desarrolla con fluidez y dinamismo.
Vale acotar que como lo hace entrever el propio Saramago en su epígrafe, esta obra toma como uno de sus gérmenes fundamentales, el mito de «la Caverna» del filósofo griego Platón. Este mito plantea que la mayoría de los seres humanos vivimos de espaldas al mundo del conocimiento, conformándonos solamente con lo poco que podemos captar a través de nuestros domesticados sentidos. Según esta metáfora, nuestros racionamientos son superficiales, heredados de una sociedad que valora bien poco la verdadera búsqueda del saber, y el desarrollo de una epistemología que nos conduzca a comprender lo que fuimos, lo que somos, lo que podemos llegar a ser.
La novela presenta las vicisitudes de una familia de alfareros que enfrenta los irremediables procesos que trae consigo la globalización. Viven ese desplazamiento que de modo terrible los margina, los convierte en seres inútiles. La paciencia y la obstinación del viejo Algor, la soledad, la nostalgia, la vejez vivida con sobriedad y orgullo, son los temas que página a página, van hilvanando un relato que se repliega de manera sutil, en el que se plantea el problema filosófico del hombre moderno, frente a los avatares de la industrialización, el consumismo y la producción en serie.
En sus páginas, encontramos ambientes rurales y urbanos en constante enfrentamiento. Con un lenguaje transparente, poético, Saramago nos describe ámbitos cotidianos: la poderosa ciudad con su gran centro comercial, sus edificios, sus avenidas abarrotadas, su velocidad y su desquiciamiento; por otro lado, la periferia, los barrios pobres, las calles sucias, los pueblos lejanos en que la vida campestre palpita, con sus casas de barro y sus hornos y su lentitud milenaria.
Una de las cosas que me llamaron la atención al momento de leer por primera vez esta obra, fue la manera como el escritor portugués introduce los diálogos. En tal sentido, se emplea el diálogo indirecto, el cual se inserta sin ningún tipo de señalización, tales como las comillas o los guiones. En efecto, éstos se presentan separados por comas, en donde la entrada de cada personaje se inicia con letra mayúscula. Aunque debido a esto, los párrafos suelen ser un tanto largos para mi gusto, la lectura se desarrolla con fluidez y dinamismo.
Vale acotar que como lo hace entrever el propio Saramago en su epígrafe, esta obra toma como uno de sus gérmenes fundamentales, el mito de «la Caverna» del filósofo griego Platón. Este mito plantea que la mayoría de los seres humanos vivimos de espaldas al mundo del conocimiento, conformándonos solamente con lo poco que podemos captar a través de nuestros domesticados sentidos. Según esta metáfora, nuestros racionamientos son superficiales, heredados de una sociedad que valora bien poco la verdadera búsqueda del saber, y el desarrollo de una epistemología que nos conduzca a comprender lo que fuimos, lo que somos, lo que podemos llegar a ser.