La poesía de Ramón Palomares amalgama el fuego y la nieve, lo místico y lo terrestre, la aprehensión de un imaginario que se desborda en ríos, en páramos, en atardeceres insondables. Su poesía, tiene la capacidad de convertirnos en testigos de un espectáculo único, donde el poema reina a sus anchas, brota sin dislates ni reticencias y nos conmueve, nos enternece, nos hace más humanos.
Como toda poética, la de Palomares, es el resultado de etapas y procesos evolutivos. Sin embargo, siempre ha mantenido su esencia primigenia: ese juego voraz con el lenguaje. En tal sentido, Víctor Bravo, comenta que « en sus versos el lenguaje se muestra como un sexto sentido que no es sino la prolongación de los demás (…), todos en esa trama y en ese milagro del lenguaje.»
Los temas tocados por el poeta trujillano, tal y como los bardos de su generación, se centran en la vida provinciana, los desvaríos del amor, el existencialismo, la soledad del hombre contemporáneo, los mitos familiares, entre otros. La mirada de Palomares se asoma como desde un altar, donde lo ve todo, lo domina todo, de la mano de una sensibilidad infinita, alimentada por los años, por la vida.
Este importante poeta venezolano nace en Escuque, estado Trujillo, en 1947. Perteneció a los grupos literarios Sardio y Techo de la ballena, movimientos importantes en el proceso evolutivo de la poesía venezolana actual. Entre sus obras encontramos El reino, 1958; Paisano, 1964; Honras fúnebres, 1965; Santiago de León de Caracas, 1967; El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas, 1969; Adiós Escuque (Poemas 1968-1974); Elegía 1830, 1980; El viento y la piedra, 1984; Mérida, elogio de sus ríos, 1985; Poesía (Antología), 1985; Alegres provincias, 1988; Lobos y halcones, 1997. Más recientemente Casa de las Américas editó su antología En el reino de Escuque, 2006. En 1974 le fue conferido el Premio Nacional de Literatura.
Uno de los aportes de la poesía de Palomares, es el uso de las voces coloquiales, expresiones del hombre de a pie, entrelazadas con imágenes literarias de una factura y una belleza transparente y total. Una poesía escrita para todos los hombres de la tierra, reflejo fiel de lo que somos y de lo que padecemos, de lo que recorre los senderos entre la vida y la muerte.
Como toda poética, la de Palomares, es el resultado de etapas y procesos evolutivos. Sin embargo, siempre ha mantenido su esencia primigenia: ese juego voraz con el lenguaje. En tal sentido, Víctor Bravo, comenta que « en sus versos el lenguaje se muestra como un sexto sentido que no es sino la prolongación de los demás (…), todos en esa trama y en ese milagro del lenguaje.»
Los temas tocados por el poeta trujillano, tal y como los bardos de su generación, se centran en la vida provinciana, los desvaríos del amor, el existencialismo, la soledad del hombre contemporáneo, los mitos familiares, entre otros. La mirada de Palomares se asoma como desde un altar, donde lo ve todo, lo domina todo, de la mano de una sensibilidad infinita, alimentada por los años, por la vida.
Este importante poeta venezolano nace en Escuque, estado Trujillo, en 1947. Perteneció a los grupos literarios Sardio y Techo de la ballena, movimientos importantes en el proceso evolutivo de la poesía venezolana actual. Entre sus obras encontramos El reino, 1958; Paisano, 1964; Honras fúnebres, 1965; Santiago de León de Caracas, 1967; El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas, 1969; Adiós Escuque (Poemas 1968-1974); Elegía 1830, 1980; El viento y la piedra, 1984; Mérida, elogio de sus ríos, 1985; Poesía (Antología), 1985; Alegres provincias, 1988; Lobos y halcones, 1997. Más recientemente Casa de las Américas editó su antología En el reino de Escuque, 2006. En 1974 le fue conferido el Premio Nacional de Literatura.
Uno de los aportes de la poesía de Palomares, es el uso de las voces coloquiales, expresiones del hombre de a pie, entrelazadas con imágenes literarias de una factura y una belleza transparente y total. Una poesía escrita para todos los hombres de la tierra, reflejo fiel de lo que somos y de lo que padecemos, de lo que recorre los senderos entre la vida y la muerte.