domingo, 27 de marzo de 2011
Maestra vida...
La vida te va enseñando a golpe de experiencia. Te va allanando el camino que finalmente debes recorrer, a veces con asombro, otras con certeza, con alegría o incertidumbre. Decides, eres libre de elegir lo que harás, lo que deseas estudiar, si deseas disfrutar de los dones maravillosos que día a día la vida te ofrece, o si por el contrario, quieres vivir entre las sombras y arrojarlo todo por la borda, así, sin más ni más. De tu elección depende. La felicidad, ese estado del alma en que los astros parecieran cuadrarlo todo a tu favor, no es un hecho fortuito. Tú puedes construirla, tienes el poder para hacerlo. La libertad precisamente consiste en esa cuestión tan humana y natural. Querer es poder, como dice el viejo adagio. Pero para hacerlo, para que la felicidad esté siempre a tu lado, en muchos casos, en preciso saber transitar por situaciones no tan positivas. La muerte de algún familiar, el fracaso de alguna empresa, una desavenencia de trabajo, algún problema familiar, etcétera. Saber comportarnos en esos instantes, te ayuda a encontrarte contigo mismo, te brinda una gran posibilidad de crecer como persona, como hijo, como padre, como pareja. Pero para ello, es preciso recordar que ante todo debemos analizar los hechos con la mayor objetividad posible, considerar las causas y las consecuencias, así como las posibles soluciones. Es difícil, pero no imposible. Y aunque esto parezca un fragmento de un manual de autoayuda, es producto de mi experiencia personal. Con los años vas aprendiendo, no todo está dicho. La experiencia humana siempre responderá a la necesidad de sobrevivencia. La vida es una constante lucha entre lo bueno y lo malo, entre lo que deseas y lo que puedes alcanzar. Vivimos en un mundo dispar, que como un bosque de infinitos frutos te ofrece gran variedad de alternativas, en el ámbito personal y profesional. Ahora bien, debes saber escoger de acuerdo a tus necesidades, pero sobre todo, a tus capacidades y competencias. No puedes soñar con cosas imposibles, la utopía es como aquel horizonte que se busca alcanzar, pero no puede convertirse en un fin en sí mismo, es la meta que alimentará los pasos, la luz que iluminará los recovecos de la ruta. La vida es como un libro que vas escribiendo, a cada instante, con la tinta más profunda de tu corazón. En cada episodio, en cada capítulo, vas construyendo la metáfora de tu vida. La felicidad, el esfuerzo, la esperanza, la desazón, la fe, las oportunidades de la vida, son los argumentos, los motores de tu historia personal. Es un constante reescribir; un caerse para volver a levantarse, con ánimo, con miedo, con la certeza irremediable de que volverás a caer y que no tendrás más remedio que volver a ponerte de pie, con la mirada hacia adelante, con el alma en un respiro, con la necesidad de seguir aprendiendo.
sábado, 12 de marzo de 2011
Tórtolas blancas (I)
Daniele se asomó a la ventana por enésima vez. Afuera, la niebla danzaba con los últimos faroles de la madrugada. Los ojos ardían como las llamas de la vieja chimenea, cuya reverberación crepitaba aún. Recuerda los murmullos tenuemente entrecortados por los besos y los suspiros, y el abrazo de profunda desolación, y el último ademán, y sus ojos tristes y mustios, resplandeciendo en la alta noche.
Aún resuenan en su memoria, los pasos livianos, perdiéndose como siempre hacia la Viale Marconi. Calle empedrada en que su andar es un resuello tierno y leve. El pacto llegaba a su fin. Era lo oportuno, lo sensato. Erica debía volar a la capital. El cielo romano aguardaba su etérea presencia. Las cartas estaban echadas desde hacía tiempo.
La mañana trajo consigo la matinal frescura del otoño. Pero también una inédita agitación entre los pobladores de la pequeña comarca. De pronto, un ruido extraño, un sonido acompasado invadió el silencio del traspatio. Al asomarse se encontró con seis tórtolas moribundas, petrificadas contra los mármoles antiguos. Unas terribles ganas de llorar invadieron su alma. Eran tórtolas blancas y tiernas. “Aún no se ha logrado descifrar la causa de este fenómeno…”, fueron las últimas palabras del ancla de la Rai, una joven periodista que era la novedad del noticiero de las 8 de la mañana.
Aún resuenan en su memoria, los pasos livianos, perdiéndose como siempre hacia la Viale Marconi. Calle empedrada en que su andar es un resuello tierno y leve. El pacto llegaba a su fin. Era lo oportuno, lo sensato. Erica debía volar a la capital. El cielo romano aguardaba su etérea presencia. Las cartas estaban echadas desde hacía tiempo.
La mañana trajo consigo la matinal frescura del otoño. Pero también una inédita agitación entre los pobladores de la pequeña comarca. De pronto, un ruido extraño, un sonido acompasado invadió el silencio del traspatio. Al asomarse se encontró con seis tórtolas moribundas, petrificadas contra los mármoles antiguos. Unas terribles ganas de llorar invadieron su alma. Eran tórtolas blancas y tiernas. “Aún no se ha logrado descifrar la causa de este fenómeno…”, fueron las últimas palabras del ancla de la Rai, una joven periodista que era la novedad del noticiero de las 8 de la mañana.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)