Si algo no podemos cambiar, así como así, es la idiosincrasia de la gente. Actuamos de acuerdo a lo que ha sido nuestra historia vital. Nuestra personalidad, nuestras costumbres y puntos de vista ante las circunstancias y hechos que nos rodean, se erigen desde nuestra primera infancia, algunos incluso afirman que desde el mismo vientre materno, recibimos los primeros estímulos, las primeras energías de aquello que seremos en un futuro y para siempre. De este modo, somos como una especie de esponja que absorbe, en algunos casos de manera sutil e inconsciente, las sustancias que nos van fraguando como entes sociales, como seres que coexisten en un determinado tiempo-espacio. Así nos constituimos en parte de una sociedad, ineludiblemente.
Así pues, somos una prolongación de la sociedad. Nuestro idioma, nuestra manera de caminar, nuestro color de piel, nuestros vestidos, nuestros gustos culinarios, reflejan nuestra procedencia. No podemos escapar, aunque lo queramos; es un sino que habita en nosotros, como si fuera parte de nuestros sistemas orgánicos. Es un rasgo inmanente a nuestra condición.
Es por ello que me causa risa, el hecho de que muchos opinadores de oficio expongan su aversión hacia la época navideña. Ciertamente, podemos criticarla, no obstante, me parece que también debemos verle su lado positivo. En este sentido, algunos líderes de iglesias y movimientos sociales han levantado sus voces, pidiendo a sus feligreses (en el caso de la Iglesia Católica el Papa se pronunció al respecto) que no desvirtúen el verdadero significado de esta época del año. En fin, el hecho de que exista, no es malo, lo malo es la manera como nos comportamos, o que a menudo, invertimos más en lo superfluo que en lo profundo.
Algo que siempre me ha gustado de la Navidad, es su inefable ambiente familiar. En esos días nos reencontramos con las anécdotas de un ayer inolvidable, con aquello que nos pertenece y que nadie puede arrebatarnos: nuestra historia familiar. Extrañamos a quienes se nos han ido, levantamos la copa de la esperanza por el año nuevo que se aproxima con la incertidumbre luminosa de un nuevo amanecer. Damos un vistazo a los meses pretéritos que ahora parecen luces lejanas, e invertimos en aquellos que se vislumbran como las luces de barcos que se acercan, en el océano del tiempo por venir.
El punto negativo, desde mi opinión, tiene que ver con lo desmesurado de las compras, de eso que nos invade y nos mueve a comprar y a comprar sin medida. Aunque por razones lógicas sabemos que al llegar diciembre todo sube, es cuando más compramos durante el año, bueno, me refiero a la gran mayoría. Los centros comerciales son invadidos como nunca, las calles se atiborran de buhoneros y minitecas ambulantes, suben las ventas de pinturas de caucho, de adornos, de lucecitas navideñas y cualquier otro artificio propio de estas fechas. Y no es que sea malo del todo, repito, sino que en medio de esta vorágine, en muchos casos, nos olvidamos de ahorrar, de pensar en el futuro próximo, en la llegada de ese gran barco de doce meses pronto a atracar en nuestros puertos. En fin, que Dios nos depare un feliz 2012, en el que podamos cosechar nuestras metas, ser más felices y mejores personas. Que así sea.