La
primera vez que me acerqué a Edipo Rey de Sófocles, lo hice siguiendo una
recomendación hecha por el premio nobel de literatura colombiano Gabriel García
Márquez. Éste, en una entrevista concedida al también escritor neogranadino
Plinio Apuleyo Mendoza, se refirió a esta tragedia como una gran obra; una
lectura que había cambiado su manera de hacer literatura. Entonces García
Márquez estaba dando sus primeros pasos en el arte de narrar.
Lleno
de curiosidad, me sumergí en la lectura de esta gran obra, representativa de la
literatura de Sófocles, no obstante, en ese primer acercamiento no tuve la
prestancia ni el nivel de lectura, necesarios creo yo, para comprender la
sencillez, pero al mismo tiempo, la profundidad de esta pieza teatral.
Al
cabo del tiempo, volví a intentarlo, y fue una experiencia reveladora,
profunda. A medida que leía y me adentraba en la condición psicológica de los
seres que entrecruzan sus destinos de manera inevitable, me fui sintiendo tocado
por ese mundo de ficción que sobrevive al tiempo; me encandilé con los
destellos de la verdadera literatura.
Y
es que el drama de Edipo, a pesar de haber sido escrita hace unos cuantos
siglos, no pierde vigencia. En este sentido, de acuerdo con algunos críticos o
pensadores, entre los que cabría citar a Aristóteles, Edipo constituye “un
símbolo perfecto de la humanidad”. En este orden de ideas, Gil (2008) comenta
que “Edipo, en efecto, no es un dechado de virtudes; es hombre de arrebatos que
le hacen cometer faltas irreparables.” (p. 19-20)
En
efecto, el hecho de asesinar, supuestamente en defensa propia, a un desconocido
—que coincidentemente viene a ser su padre Layo—, para luego, en la búsqueda de
su origen abandonar a sus padres adoptivos, cegado por la testarudez y el
orgullo, son indicios de su profunda e irreparable fatalidad humana.
Al
transitar por las páginas de la tragedia sofoclea, el talante del protagonista,
descrito anteriormente, va cobrando fuerza, hasta producir una mezcla inefable
de repulsión y lástima. Sin embargo, también nos sentimos identificados con su
desgracia. En efecto, en Edipo Rey se materializa la idea de que los seres
humanos nacemos para debatirnos entre brumas y desasosiegos. Humanidad
doliente, que sortea su destino en busca de una mejor vida.
Otro
aspecto importante de esta tragedia sofoclea, se concreta con el hecho de que a
pesar de sus crímenes de parricidio e incesto, una veta de inocencia e
ignorancia parecen atravesar el alma de Edipo. Culpable o no de semejantes
atrocidades, en el fondo, sentimos cierto anonadamiento, especialmente, cuando
recordamos la manera como fue marcado —cuando sus tobillos fueron atravesados
por una hebilla—, para, posteriormente, ser abandonado por su propio padre.
Este origen infeliz, sin duda nos toca, nos enternece.
Finalmente,
vale acotar que la tragedia que nos ocupa se centra en presentarnos un ejemplo
de cómo el destino nos va tratando como marionetas, donde, al parecer, “fuerzas
superiores”, junto con nuestros aciertos y erradas decisiones, configuran de
modo incontrovertible esto que somos, esto que seremos.