lunes, 10 de junio de 2013

Edipo Rey: el condenado del destino

La primera vez que me acerqué a Edipo Rey de Sófocles, lo hice siguiendo una recomendación hecha por el premio nobel de literatura colombiano Gabriel García Márquez. Éste, en una entrevista concedida al también escritor neogranadino Plinio Apuleyo Mendoza, se refirió a esta tragedia como una gran obra; una lectura que había cambiado su manera de hacer literatura. Entonces García Márquez estaba dando sus primeros pasos en el arte de narrar. 
Lleno de curiosidad, me sumergí en la lectura de esta gran obra, representativa de la literatura de Sófocles, no obstante, en ese primer acercamiento no tuve la prestancia ni el nivel de lectura, necesarios creo yo, para comprender la sencillez, pero al mismo tiempo, la profundidad de esta pieza teatral.
Al cabo del tiempo, volví a intentarlo, y fue una experiencia reveladora, profunda. A medida que leía y me adentraba en la condición psicológica de los seres que entrecruzan sus destinos de manera inevitable, me fui sintiendo tocado por ese mundo de ficción que sobrevive al tiempo; me encandilé con los destellos de la verdadera literatura.
Y es que el drama de Edipo, a pesar de haber sido escrita hace unos cuantos siglos, no pierde vigencia. En este sentido, de acuerdo con algunos críticos o pensadores, entre los que cabría citar a Aristóteles, Edipo constituye “un símbolo perfecto de la humanidad”. En este orden de ideas, Gil (2008) comenta que “Edipo, en efecto, no es un dechado de virtudes; es hombre de arrebatos que le hacen cometer faltas irreparables.” (p. 19-20)
En efecto, el hecho de asesinar, supuestamente en defensa propia, a un desconocido —que coincidentemente viene a ser su padre Layo—, para luego, en la búsqueda de su origen abandonar a sus padres adoptivos, cegado por la testarudez y el orgullo, son indicios de su profunda e irreparable fatalidad humana.
Al transitar por las páginas de la tragedia sofoclea, el talante del protagonista, descrito anteriormente, va cobrando fuerza, hasta producir una mezcla inefable de repulsión y lástima. Sin embargo, también nos sentimos identificados con su desgracia. En efecto, en Edipo Rey se materializa la idea de que los seres humanos nacemos para debatirnos entre brumas y desasosiegos. Humanidad doliente, que sortea su destino en busca de una mejor vida.
Otro aspecto importante de esta tragedia sofoclea, se concreta con el hecho de que a pesar de sus crímenes de parricidio e incesto, una veta de inocencia e ignorancia parecen atravesar el alma de Edipo. Culpable o no de semejantes atrocidades, en el fondo, sentimos cierto anonadamiento, especialmente, cuando recordamos la manera como fue marcado —cuando sus tobillos fueron atravesados por una hebilla—, para, posteriormente, ser abandonado por su propio padre. Este origen infeliz, sin duda nos toca, nos enternece.
Finalmente, vale acotar que la tragedia que nos ocupa se centra en presentarnos un ejemplo de cómo el destino nos va tratando como marionetas, donde, al parecer, “fuerzas superiores”, junto con nuestros aciertos y erradas decisiones, configuran de modo incontrovertible esto que somos, esto que seremos.



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