La rozó aquella mañana de abril. Recuerda claramente su tez delgada, su cuerpo de mujer tierno y sensual bajo aquella blusa blanca y aquel blue jeans desgastado. Para entonces no llegaba a los veinte años.
Él por su parte, se dedicaba a sacar su grado universitario. No sospechó siquiera que aquel día cambiaría por completo su existencia. Era más bien tímido, centrado en sí mismo, un tanto soñador. En sus ratos libres escribía versos. Era un poeta.
La noche de aquel día me lo encontré. Vagaba solitario por la avenida principal, vestido de negro, muy lentamente. Como advirtiendo algo, como adivinando un suceso cercano.
- ¡Eh, Jesús! ¿Qué tal? –le pregunté.
-¡Bien! ¿Y tú? –me dijo, sin sorpresa, manteniendo su característica tranquilidad. Como alguien que ha vivido más de ochenta años, como un abuelo, como un anciano. Hacía un mes que había cumplido los veinticinco. Me habló de aquella muchacha. Lo hizo tiernamente. Luego me dijo:
- Nunca podrá ser. –su voz era clara, firme y convincente. Me estrechó la mano y siguió solitario como una sombra en la noche.
Ella terminaba de sacar el bachillerato. Algo, algo como un hilo invisible e inquebrantable la unía a Jesús: ella moría por la literatura, sobre todo, por la poesía.
Él me lo comentó. Sus ojos oscuros fulguraban como nunca lo habían hecho, parecía un niño rico en Navidad. La muchacha se llamaba Nataly.
Pasaron muchos días, él se enamoró. Ella, una muchacha normal, realista, se dejaba impresionar y se fascinaba ante la personalidad misteriosa de Jesús. Guardaba en su mesita de noche una colección completa de sus mejores poemas. Eran dos polos que se complementaban perfectamente.
Una tarde me los conseguí juntos. Realmente hacían la pareja ideal. Estuve un rato con ellos. Me contaron de un modo pulcro y detallado sus planes: “¡Organizaremos una buena biblioteca!; ¡No! Un restaurante...” –se contradecían, reían y soñaban, bajo aquel sol que lamía lentamente los rosales de la plaza.
A los seis meses me enteré que se habían casado. Recuerdo que tuve que marcharme con urgencia a Caracas a solucionar un asunto de familia y no pude estar presente en la ceremonia.
Han pasado diez años desde que lo supe. Jesús se hizo un poeta famoso. Ella, a los cinco años de vida conyugal, lo abandonó por un deportista.
En este preciso momento estoy hojeando su último libro. He leído el prólogo y los primeros veinticinco poemas, son muy tristes. El último que leí se llama “Nunca podrá ser”, trata del amor imposible entre un poeta y una estudiante...
(Agosto de 1994)
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