A mediados de los noventa David Benavides conoció a Pamela Hernández. Desde ese momento su vida no fue lo de siempre; en realidad, ésta dio un vuelco extraordinario, como si todo lo que era él hasta entonces no fuera más que la puesta en escena de un guión escrito por alguien de afuera, algún narrador omnisciente o algo así...
Ella no era tan distinta a todas las chicas del barrio. Aunque estaba buenísima. Esa noche llevaba un pantalón pegadito a su figura, a unas caderas flexibles y carnosas, a unas nalgas redondas y sobresalientes, como una be labial mayúscula, en el centro de un renglón de bes labiales minúsculas... Ella fue su tragedia, como suele ocurrir. Él fue un capítulo más en su vida, andariega y vivaracha: el actor secundario que calibró sus sentidos, aupó su belleza y le legó un sin fin de objetos que ella fue organizando en su mesita de noche como para una exposición...
1 comentario:
Raúl. Me agradó mucho tu blog. en el boomeran dejé un comentario de tu epitafio. Te invito que pases por mi blog. joseavilaescritor.blogspot.com. Un abrazo.
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