Hablar de política es uno de los deberes y derechos prioritarios de cualquier ciudadano del mundo. La política es uno de los elementos que determina nuestras relaciones humanas, desde el inicio de los tiempos. Es buscar el bien común, desde el propio bienestar. La política es a la comunidad, lo que el oxígeno es a la vida.
Sin embargo, en nuestras sociedades posmodernas, lo político se supedita, en muchos casos, a la elección de gobernantes, esperando que éstos logren hacer por la mayoría, lo que la mayoría no es capaz de hacer por sí misma. Esas figuras mesiánicas, populistas, demagógicas, arribistas, abundan por doquier, así como también abundan sus seguidores, quienes en muchos casos, viven con la idea quimérica de construir un futuro más digno, sin siquiera preocuparse por mejorar como personas y como ciudadanos…
Siempre he sostenido que el verdadero camino para la construcción de un mundo mejor, radica en la toma de conciencia de que sólo con la educación y el respeto a la vida (léase: pluralidad de pensamiento, respeto por la diversidad de culturas, razas, credos religiosos, toma de conciencia ecológica…) podremos rehacer o erigir un nuevo sistema de relaciones políticas y sociales, cuyos fundamentos esenciales sean la vida, la paz y la solidaridad; en suma, la confraternidad mundial con todas sus augustas consecuencias. A diario, muchas personas hablan o discuten, desde posiciones políticas radicalmente antagónicas, dejando de lado uno de los principios básicos para la convivencia humana: la tolerancia. La violencia engendra violencia. Antes de emitir una opinión, debemos ponernos en el zapato del otro; comprender que somos diferentes, y que precisamente gracias a esas diferencias, podemos llegar a ser una sociedad verdaderamente plural y democrática.
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