Son muchas las horas que he pasado frente a un libro. Horas que se repliegan fugaces, en donde seres magníficos y muy humanos me encandilan con sus dones y falencias, sueños y melancolías. He espiado a la Maga desde un puente centenario de París, he caminado con Hans por las calles de una ciudad enigmática, conocí de cerca la obstinación del coronel que esperaba esa carta que jamás llegó o quién sabe. Reí sin parar frente a las ocurrencias del viejo enmendador y filibustero que jamás supo que aquellos monstruos gigantes eran molinos de viento. En fin, he gozado y llorado con eso que llaman ficción, como aquellos que gozan en una corrida de toros o en un partido de fútbol.
La literatura no es el libro que compras o que te regalan porque es muy bueno o porque está de moda, la literatura es el espíritu que palpita entre las páginas; esa dimensión estrecha y al mismo tiempo insoslayable que te ofrece una vía de escape, evasión febril y abrasadora que te envuelve y te corroe hasta hacerte navegar por un mar de emociones dispares y complejas. La literatura es a la vida, lo que el aire, a los pulmones.
Lamentablemente, muy pocos son los llamados a este concierto de significaciones infinitas, a esta fiesta de eternos paisajes y episodios. Aunque muchos intentamos promover la lectura como recurso de aprendizaje y recreación, desde las aulas o los medios de comunicación, son muy pocas las personas que disfrutan plenamente de los dulzores que ofrecen los diversos mundos que se agitan entre página y página.
Ojalá las personas se acercaran más a estas vidas o instantes, sin duda tendrían la posibilidad de recrear momentos profundamente humanos, en que enriquecerían sus propias existencias, viajarían sin viajar, y sabrían que el mundo es algo más que esto que somos.
La literatura no es el libro que compras o que te regalan porque es muy bueno o porque está de moda, la literatura es el espíritu que palpita entre las páginas; esa dimensión estrecha y al mismo tiempo insoslayable que te ofrece una vía de escape, evasión febril y abrasadora que te envuelve y te corroe hasta hacerte navegar por un mar de emociones dispares y complejas. La literatura es a la vida, lo que el aire, a los pulmones.
Lamentablemente, muy pocos son los llamados a este concierto de significaciones infinitas, a esta fiesta de eternos paisajes y episodios. Aunque muchos intentamos promover la lectura como recurso de aprendizaje y recreación, desde las aulas o los medios de comunicación, son muy pocas las personas que disfrutan plenamente de los dulzores que ofrecen los diversos mundos que se agitan entre página y página.
Ojalá las personas se acercaran más a estas vidas o instantes, sin duda tendrían la posibilidad de recrear momentos profundamente humanos, en que enriquecerían sus propias existencias, viajarían sin viajar, y sabrían que el mundo es algo más que esto que somos.
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