martes, 4 de enero de 2011

Los verbos predadores de Jackeline Goldberg



Hace algunos años, gracias a un comentario que me hiciera la escritora Ana García Julio, pude conocer la poesía de Jacqueline Goldberg. Tiempo después, mientras recorría los pasillos de una reconocida librería de San Cristóbal, ese nombre me atrajo como un imán ineludible desde lo alto de una estantería. Y es que allí estaba su obra reunida hasta el 2006, en el libro Verbos Predadores, publicado por la editorial Equinoccio.
De inmediato, tomé un ejemplar, lo hojeé y, como por un arte de súbito encantamiento, quedé prendado de esas imágenes de sobria plasticidad y belleza, de esas metáforas audaces y ese swing poético, marca innegable de la verdadera poesía; de ese oficio de orfebre de la palabra, que sin duda, Goldberg ha fraguado con tenacidad religiosa, a lo largo de su vida.
Esta poeta, periodista, investigadora venezolana, nacida en 1966, publicó su primer poemario cuando contaba con 19 años de edad. Desde esa irrupción al ámbito poético nacional, hasta la fecha de publicación de esta antología, su poética ha dado a la luz, doce poemarios, que revelan una evolución feliz; el producto siempre en ascenso de un oficio que implica tiempo, esfuerzo, una que otra etapa de desamparo, pero sobre todo, una alta dosis de sensibilidad ante la existencia y sus fuentes inagotables de emociones, de alegrías y tristezas.
Una de las características sustanciales de la poesía de Jacqueline Goldberg es la brevedad, un estilo que condensa en pocas líneas la perturbadora fuerza de un cosmos de sentimientos infinitos, con sutileza, con desparpajo, con ironía y sobriedad. Para Harry Almela, la brevedad en la poética de Goldberg, “busca la consagración del instante, la fotografía mínima del pensamiento y la emoción.” Consagración más que evidente, en cada línea o versículo, en cada frase, en cada bosque en que pervive su voz, su simbolismo, los ramajes de su etérea intuición.

Para el poeta y ensayista Alexis Romero, “La poeta insiste en cegar el halcón. Cada verbo resta una costumbre. Combate los mandatos de la palabra escrita en la piedra. Anhela la cargada de destino. Deja a un lado el sentido muerto.” Así pues, la muerte, la desolación, la incertidumbre se transforman en espiritualidad, se desbocan en una de las poéticas fundamentales de la literatura venezolana de las últimas décadas.
Entre sus libros, encontramos: Treinta soles desaparecidos, De un mismo centro, Luba, A fuerza de ciudad, Máscaras de familia, Trastienda, Insolaciones en Miami Beach, Víspera, La salud, El orden de las ramas, Autopsia y En todos los lugares, bajo todos los signos. Vale resaltar que parte de su producción ha sido publicada en antologías poéticas publicadas en países como España, Alemania, Francia, Estados Unidos, Puerto Rico, Cuba, entre otros. Una poesía irreverente que desacraliza, que acomete con belleza súbita los cánones de una sociedad vacua y torpe; una poética del alma, del espíritu, de lo cotidiano que se inscribe en los folios de la más ardua filosofía. Poeta total, Jacqueline Goldberg; una referencia indiscutible para quienes busquen lo esencial, la auténtica poesía.

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