martes, 29 de enero de 2008

Tardecitas sin café

“...el hombre vive en el tiempo, en la sucesión,
y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.”
Jorge Luis Borges.


La mujer se incorporó lentamente, sorteando el peso de la incertidumbre. Afuera de la habitación se iniciaba, como cada mañana, el ajetreo de mesitas rodantes, los lloriqueos intempestivos que rompían bruscamente el silencio de los pasillos, los traqueteos de tacones que vienen y van al compás de las emergencias, portazos, las voces lejanas o cercanas que comentan algún acontecimiento trivial, la consabida muerte de la ancianita del 308, apellidos de doctores pronunciados con cierto aire teatral... En fin, un nuevo día aleteaba allá afuera, tan previsible y corriente, que Jesusa llegó a pensar que tal vez no podría volver a vivir fuera de ese recinto.

Me duele constantemente a nivel del páncreas, doctor. Es un dolor punzante que de cuando en cuando me hace cerrar los ojos, nublándome la existencia. A veces, cuando menos lo espero, el dolor como que se amplifica y me invade todo el cuerpo. En esos momentos me hago consciente del lugar donde estoy, siento el tacto de la sábana, vieja sábana blanca (¿blanca?), y me pregunto cuántas personas habrán padecido aquí, cuántas habrán sentido, como ahora yo, el ámbito glacial de estas cuatro paredes, esta incertidumbre que me empuja cada vez más al borde de la desesperación, esta ansiedad permanente que me hostiga sin tregua y que al paso del tiempo se agiganta y se filtra hasta por mis huesos... Cuándo terminará este karma, Dios, cuándo podré volver a mi casa, cuándo volveré a acostarme en mi cama y haré el amor con mi marido nuevamente, cuándo volverán aquellas plácidas tardes de cafecito con leche y pan con queso, a la vuelta del trabajo; las conversaciones con Damiana y su peculiar manera de afrontar la vida, cuándo podré saludar a la señora Olga y discutiré con Pablito aquel asunto de su escolaridad...

Cuando pasé revista esta mañana la señora estaba tranquila, aunque por su puesto, con algo de dolor, pero eso es normal, señor, no se preocupe... Dijo que le dolía a la altura del páncreas, algo que me dejó un tanto preocupado; además estaba muy pálida... Anoche casi se nos va, la tensión casi le juega una mala pasada...

Son casi ocho meses. Ochos meses que se me antojan interminables, infinitos. Los días han sucedido como en una pantalla de cine y yo del otro lado, como un espectador más; impotente, impasible. Abrumado por el hecho de no poder cambiar el rumbo de los acontecimientos... Y tener que verla así, tan pálida, tan otra persona, con las manos lánguidas y delgadísimas, casi tan frágiles como si fuesen de cristal, como si ante un brusco movimiento... pero el doctor me ha dicho que no me preocupe y que pronto volverá a su vida normal... pero, ¿Cuándo, doctor? ¿Cuándo podrá volver a su vida normal? ¿Cuándo podremos volver a nuestra vida normal, Jesusa? ¿Cuándo?

En ocasiones pierdo la noción del tiempo; no sé si hoy es ayer o ayer es hoy. A veces despierto y creo estar en casa, abro los ojos en medio de la noche y me parece que estoy viviendo lo ya vivido... Los muchachos en la habitación de enfrente durmiendo como angelitos, la respiración ronroneante de Rafael, justo a mi costado derecho; el canto de grillos y ranas palpitando detrás de los jardines, irrumpiendo el ámbito de la casa en una oleada monótona y pertinaz; el sonido intenso y eterno de la alta noche, la calle de los Abrojos N º 16 con Avenida España, ay, otra vez la puntada de siempre, ¿quién puede calmarme este dolor? ¿Quién? ¡Señorita, por favor...! La calle de los Abrojos... Rafael está que se gradúa, a pesar de haber sido siempre el más flojo, ahí va mi muchachote, en menos de un mes y será todo un ingeniero... Pero con Mario si que la pusimos: no sé qué le pasa a este muchacho, que si mucho porque es mucho; que si poco, porque es poco... y con la noviecita que tiene ahora, esa flaca de juguetería... Ayer me vinieron a visitar. No creas que no me di cuenta de la expresión de Sarita al verme en este estado, ni siquiera disimuló; después de un breve saludo a regañadientes, se despidió con una sonrisa demasiado efusiva para ser sincera, dijo que te esperaba afuera, y salió meneando ese culito como si fuese la mismísima miss universo; no es por nada, mijo, pero me hubiera gustado que te quedaras con Abigail, esa muchacha sí que valía la pena; pero en fin, cada cabeza es un mundo, qué le vamos a hacer...

Luego del diagnóstico, tuvimos que internarla de inmediato. Estaba muy mal la señora; recuerdo que hasta le calculamos, como mucho, unos cinco meses de vida. La mayoría de pacientes, en las condiciones con que fue referida a la clínica la señora Jesusa, no resisten más de ese tiempo. Ayer estaba tranquila, comió medianamente bien, estuvo concentrada en la tele como si no hubiese nada más importante. Según me contó después una de las enfermeras de guardia, la señora había despertado afable y sonriente y hasta les había contado algunas historias sobre Rafaelito y Mario...

Ayer estuve pensando en la muerte, como si fuera un mal presagio. Estuve recordando los últimos días de mi madre. La manera como paulatinamente fue perdiendo fuerzas, para luego irse apagando, imperceptible, serena, como las luces de los barcos cuando se alejan del puerto hasta perderse en alta mar. La muerte, esa señora irremediable… la que nunca falta, la que siempre está… Y pensar que nunca pude dedicarle el tiempo que ella se merecía; nunca me interesé en prodigarle esa dosis de afecto y ternura que de un modo callado siempre imploró, detrás de esa sonrisa mansa y esa manera tan calma de sobrellevar su invariable destino; no fui capaz de sortear el cerco de rencor sordo y punzante que muy en el fondo de nuestras almas impidió un acercamiento más que filial; le negué ese abrazo sincero que ahora desanda conmigo en los vericuetos de una habitación insoportablemente blanca y sórdida y triste… madre, madre mía… ojalá exista un cielo donde pueda encontrarte, donde no te sientas tan sola… madre mía, donde no te sientas tan…


Ayer el doctor me acrecentó la incertidumbre. Me explicó, de una manera reposada y hasta didáctica, que Jesusa había decaído en un estado de letargo y ensimismamiento muy preocupantes. Que me preparara para lo inevitable. Lo mejor en estos casos es mantener la calma, transmitirle a la paciente paz, serenidad, mansedumbre. Sé que es difícil, señor Rafael, pero es lo único que puedo aconsejarle. No quiero crearle falsas expectativas. Como usted muy bien lo sabe, lo del transplante era nuestra última opción… El ascensor quedó atrás, estoy descendiendo a un abismo que se llama planta baja, a un subterráneo solo, aunque contaminado de pasos y smog y ruidos cotidianos y bochornos y parejas disparejas que transitan el caos del atardecer y luces metálicas que resplandecen contra el cielo en una reverberación asfixiante. No sé por qué he remontado la avenida del cine y me he internado a una placita solitaria, en donde el verdor de los árboles y el canto de los pájaros le dan a la ciudad un aspecto de espejismo. Hace treinta años Jesusa y yo estuvimos en este mismo lugar. Recuerdo la espesura de sus cabellos retozando sobre sus hombros, sus ojos grandes y vivaces huyendo de los míos; aún pervive en mi mente el helado temblor de sus manos acariciando mi espalda, la temperatura de su respiración sosegada y violenta a la vez, la latencia de su pecho, alborotado y febril…


La intervención fue todo un éxito. Ahora lo que resta es esperar la recuperación. Como ya les expliqué ella necesita tranquilidad y muchos cuidados…

Llegamos a casa. Parece que estuviéramos llegando a un lugar desconocido, nuevo para mí. Los muchachos han cambiado de lugar los muebles. Han pintado la sala y los cuartos, las plantas del jardín han crecido y ahora juegan altivas con el viento que baja de los páramos. Al primer vistazo, me parece que la biblioteca carece de los libros favoritos de Rafa… Ay qué dolor… Me asomo al baño y me percato de que también faltan sus pastillas, ojalá que esté bien… Los muchachos me lo dijeron apenas salimos del hospital, papá tuvo que viajar con urgencia a una entrevista de trabajo… ojalá logré conseguir el puesto, siempre ha soñado…

Raúl Márquez, septiembre de 2005, febrero de 2007

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