miércoles, 11 de febrero de 2009

El Caso de Jean Michell Genet

El ciudadano francés Jean Michell Genet fue encontrado por una comisión de la policía del estado Mérida, el día 5 de agosto de 2008. Eran las dos y media de la madrugada, aproximadamente. Vagaba por la avenida Glorias Patrias, con las ropas deshilachadas, como un moribundo, casi arrastrándose, presentando un cuadro severo de deshidratación, según el informe posterior de los médicos de turno del Hospital Universitario. Horas después, se percatarían de lo peor. Y es que el día 6, un pasante de medicina que había vivido en Francia, al conversar con el susodicho, llegó a una conclusión inesperada: Jean Michell Genet presentaba signos de haber perdido la memoria, pues no supo decir quién era ni qué estaba haciendo en una ciudad venezolana a más de ocho mil kilómetros de su París natal. De eso me enteré cinco días después, al recibir un correo electrónico del Embajador de Francia en ese país, gran amigo mío, quien me pidió me encargase del caso y así aprovechas y conoces este gran país, fueron las últimas palabras de su email.
El Air France aterrizó en Maiquetía a la hora señalada. Allí me esperaba un enviado de Victorín, quien me llevaría a Caracas, a la sede de la Embajada. Al siguiente día volé a Mérida. Al llegar al Hospital Universitario, me puse al tanto de todo, revisé las placas y estudios realizados a Genet, discutí los resultados con los médicos que practicaron los exámenes. No observé ninguna anomalía, coincidiendo con el grupo de neurólogos venezolanos, en que el origen de la amnesia debía ser psicoafectivo.
La primera entrevista comenzó a las 9 de la mañana. Duró aproximadamente 25 minutos. Efectivamente, el tipo no recordaba nada. Sabíamos su nombre, edad y otros datos, gracias a su pasaporte. Decidí someterlo entonces a la Hipnoterapia. Era todo un reto para mí, pues era la segunda vez que iba a aplicar este tratamiento.
En la sesión N°1, Genet me describió algunas imágenes de su infancia, pero no pudo precisar el nombre de sus familiares (ya sabíamos que tenía dos hermanas y que sus padres habían fallecido en un accidente automovilístico). Le pregunté por su estancia en Venezuela, con mirada perpleja me dijo que no tenía la mínima idea de lo que hacía aquí. Luego me habló de una mujer. Tuve que terminar abruptamente el encuentro para evitarle un posible ataque de pánico. Comenzó a decir incoherencias y a llorar de modo desesperado. La enfermera le aplicó un calmante.
En horas de la tarde del día siguiente se llevó a cabo la sesión N° 2. Supe que Genet había cruzado parte de Europa en motocicleta, junto a grupo de compañeros de la Universidad de Toulouse. Me narró la crónica de ese periplo, lleno de aventuras sin par y mucha adrenalina. Al cabo de tres horas, fui conociendo detalles de su personalidad. Recuerdos inconexos me permitían cifrar varias hipótesis sobre su pasado, pero al mismo tiempo me presentaban nuevas lagunas en cuanto a su presente.
En las sesiones tres y cuatro no adelantamos mucho. Imágenes yuxtapuestas, sin ningún hilo cronológico que las organizara en el tiempo. Por su manera de expresarse, sus gestos y ademanes, supe desde la primera consulta que Genet era un tipo cosmopolita, un conocedor del mundo, a pesar de sus 28 años. Un intelectual, tal vez un escritor.
La mañana del día 19 de agosto recibí una llamada en mi habitación. Genet había muerto en una absurda circunstancia. Al parecer, se cayó en el baño, recibió un fuerte golpe en la cabeza y hasta ahí llegó su historia… Ha pasado un mes desde entonces. He aquí el reporte global de sus últimas memorias…
“Un sol intenso, sí, una calle abarrotada de buhoneros y vendedores de C.D piratas, el capó de los coches resplandecientes bajo la canícula de agosto. Íbamos a un paseo; al fondo la torre Eiffel se iba ocultando en el horizonte, como el mástil de un barco que se aleja hacia países lejanos. Recuerdo que la llamé, una, dos, tres veces, pero no escuchó o no quiso coger el auricular. Recuerdo un campo de girasoles, y unos niños casi de mi edad jugando entre ellos. Un olor, doctor, un olor familiar, que me pone la piel de gallina y me provoca una nostalgia terrible, así es doctor, algo indefinido, una imagen, una presencia… También recuerdo el viaje: éramos doce adolescentes, bajo la lluvia o bajo el sol. De París a Marsella, a Bruselas, a Ámsterdam, a Barcelona, a Madrid… La bitácora de una aventura cargada de pequeños accidentes, de paisajes de ensueño y gente maravillosa…Ella y su cabello largo y suave, como para un comercial de champú, ella y su indecisión, y luego el viaje, 16 horas de sol de París a una ciudad que no recuerdo, y nuevamente ese olor familiar, doctor, esos espejismos, y los niños que corren tras un balón desinflado y el mundial de fútbol, recuerdo que por la tele lo comentaban a cada rato, el mejor mundial de la historia, y luego ella y su mirada triste, sus ojos que me pedían que los quisiera, y una música de acordeones vibrando en mis oídos, y un libro de Proust olvidado en una cama de hotel cualquiera…”
Mediados de septiembre, otoño cae sobre la ciudad. Hace frío. Aunque he intentado olvidar el asunto de Genet, no puedo. Hace dos horas hablé con su hermana. Está muy triste, pues precisamente hoy cumplía los 29. A todas estas hay algo que me intriga, un papelito con el nombre de una mujer. Estaba dentro del pasaporte. Alejandra Díaz. Ayer leí en una página digital su nombre. La mujer en cuestión era la cabecilla de una banda de secuestradores cuyo radio de acción se centraba en Mérida, la ciudad andina venezolana donde ocurrió todo. ¿Será la misma?

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