En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
Julio Cortázar
Llegué tarde a la estación. Veinticinco minutos para las tres. Isabel me espera en el lugar de costumbre. Imagino la tenue pulsación, los brazaletes y demás abalorios danzando al abrigo de sus mejillas y sus cabellos. Debe estar concentrada en el libro de Allan Poe, como si no hubiese nadie a su alrededor y la gente la mirará de pronto y pensará qué chica tan guapa, tan estudiosa, y tus ojos siguiendo la línea del renglón como si nada, imaginando calles oscuras, noches inquietantes, aves de mirada enlutada y misteriosa… La verdad es que no hay tanto bululú como esperaba: al parecer los estudiantes ya se han calmado, el gobierno ha cedido un poco, la ciudad retoma su ritmo habitual, aunque aún muchos prefieren quedarse resguardados en sus casas. Por eso cuando me preguntaste que qué tal lo de la marcha y los enfrentamientos, te dije que tranquila y entonces convenimos, como siempre. Ni caos, ni marchas, ni siquiera un posible toque de queda, podrían evitar el encuentro. Cuando ya iba llegando a la parada de la buseta que me traería a la estación, me acordé del libro. Cónchale, me tomé la parte posterior de la cabeza, miré el reloj, ni modo, tuve que volver sobre mis pasos. Por eso llegué tarde, son las tres menos veinte…
Mientras esperaba en el andén, un señor me comentó que algunos estudiantes del Pedagógico habían decidido dirigirse a Miraflores: joven, la cosa se va a poner peluda, yo que le digo. Destellaron extrañamente sus ojos temblorosos detrás de unos anteojos culo de botella. En esas llegó el tren. Aquí vamos, me dije, y apreté el librito, por si acaso. Ya sentado, recordé cuando me leíste al oído un poema de Cortázar. Para ese entonces, el único escritor que existía para ti era Cortázar… que si Cortázar por aquí, que si Cortázar por allá. Una noche duraste hasta las tres de la mañana explorando el youtube, en busca de vídeos donde apareciera el escritor argentino. No creas que Neyda no me lo comentó. En fin, te volviste más cortazariana que el mismo Cortázar. Por eso te compré este libro. Creo que falta en tu colección. Y tranquila, que no lo voy a hojear hasta que estemos juntos. Aunque me parezca exagerado que creas tanto en lo que escribió tu querido Julio. Además, no estamos en Escocia…
Dentro del vagón, algunas personas comentaban que nuevamente los estudiantes habían salido a protestar. Entonces es cierto lo que me había dicho el señor, pensé. Abrí el libro, leí las primeras líneas, lo cerré de nuevo. Luego revisé el celular, eran las dos y cincuenta y cinco. Le escribí a Isabel. Te escribí: te amo, mi osita. Unos días antes me pediste que te llamara así, no sé por qué… Y pensar que ya íbamos a cumplir tres años de novios, bueno, eso suena a eufemismo barato, pues una semana después de empatarnos, estuvimos juntos, ¿te acuerdas, mi osita? Quedan dos paradas. No sé por qué cuando viajo en el metro me pongo a pensar en ciertas cosas de la vida, como en la muerte, o en el destino de las personas que viajan a mi alrededor. Tú me dices que eso es filosofar, yo digo que quién sabe…
Una estación menos, una estación más, pienso (filosofo, dirías tú). Al parecer la cosa está tensa allá arriba. Algunas señoras entraron al vagón como si escaparan de una explosión o algo así. Se les ve agitadas, hablan entrecortadamente; una que otra sonríe, con una sonrisa nerviosa; otras respiran como peces fuera del agua, como si un doctor les dijera: así, señoras, eso es, respiren profundo… Entonces me llega tu mensaje de texto: que me cuide, que parece que hay problemas en el centro… cualquier cosa me llamas, estoy sin saldo… Sé que me traes un libro; no se te ocurra hojearlo… Entiendo, mi amor. Tranquila. Nos vemos. Besos.
Estación Sabana Grande. Dos minutos para las tres. La tranquilidad de Propatria contrasta con el barullo que encuentro en este sector de la ciudad. Subo rápidamente. Gente corriendo de un lado a otro del boulevard. Gritos, bocinazos, humo, mucho humo, gas lacrimógeno, y entonces el celular, un número extraño, tu voz al otro lado, tu voz de giros temblorosos, tu voz aterciopelada y aguda, que tuviera cuidado mi amor, que mejor no nos vemos hoy, que por favor me cuidara, entonces disparos, claro mi amor, tranquila, mi osita, cuídate mucho mi osita, te quiero mucho, mi osita, nos vemos pronto, y aquí llevo el librito, es buenísimo, mi osita, oh, mi suburbio, mi pedazo de mar, acá llevo tu librito, osita, cálmate, ojitos inquietantes, oh amiga, mi fábula, mi estuche preferido, mi reloj de pulsera, mi desdén, y entonces disparos, caigo, alguien me cae encima, el libro se abre, en un instante, una página en blanco, te quiero, muchachita, cálmate mi osita, nos vemos pronto, mi osita, te quiero mucho, mi osita, siempre te quise…
Julio Cortázar
Llegué tarde a la estación. Veinticinco minutos para las tres. Isabel me espera en el lugar de costumbre. Imagino la tenue pulsación, los brazaletes y demás abalorios danzando al abrigo de sus mejillas y sus cabellos. Debe estar concentrada en el libro de Allan Poe, como si no hubiese nadie a su alrededor y la gente la mirará de pronto y pensará qué chica tan guapa, tan estudiosa, y tus ojos siguiendo la línea del renglón como si nada, imaginando calles oscuras, noches inquietantes, aves de mirada enlutada y misteriosa… La verdad es que no hay tanto bululú como esperaba: al parecer los estudiantes ya se han calmado, el gobierno ha cedido un poco, la ciudad retoma su ritmo habitual, aunque aún muchos prefieren quedarse resguardados en sus casas. Por eso cuando me preguntaste que qué tal lo de la marcha y los enfrentamientos, te dije que tranquila y entonces convenimos, como siempre. Ni caos, ni marchas, ni siquiera un posible toque de queda, podrían evitar el encuentro. Cuando ya iba llegando a la parada de la buseta que me traería a la estación, me acordé del libro. Cónchale, me tomé la parte posterior de la cabeza, miré el reloj, ni modo, tuve que volver sobre mis pasos. Por eso llegué tarde, son las tres menos veinte…
Mientras esperaba en el andén, un señor me comentó que algunos estudiantes del Pedagógico habían decidido dirigirse a Miraflores: joven, la cosa se va a poner peluda, yo que le digo. Destellaron extrañamente sus ojos temblorosos detrás de unos anteojos culo de botella. En esas llegó el tren. Aquí vamos, me dije, y apreté el librito, por si acaso. Ya sentado, recordé cuando me leíste al oído un poema de Cortázar. Para ese entonces, el único escritor que existía para ti era Cortázar… que si Cortázar por aquí, que si Cortázar por allá. Una noche duraste hasta las tres de la mañana explorando el youtube, en busca de vídeos donde apareciera el escritor argentino. No creas que Neyda no me lo comentó. En fin, te volviste más cortazariana que el mismo Cortázar. Por eso te compré este libro. Creo que falta en tu colección. Y tranquila, que no lo voy a hojear hasta que estemos juntos. Aunque me parezca exagerado que creas tanto en lo que escribió tu querido Julio. Además, no estamos en Escocia…
Dentro del vagón, algunas personas comentaban que nuevamente los estudiantes habían salido a protestar. Entonces es cierto lo que me había dicho el señor, pensé. Abrí el libro, leí las primeras líneas, lo cerré de nuevo. Luego revisé el celular, eran las dos y cincuenta y cinco. Le escribí a Isabel. Te escribí: te amo, mi osita. Unos días antes me pediste que te llamara así, no sé por qué… Y pensar que ya íbamos a cumplir tres años de novios, bueno, eso suena a eufemismo barato, pues una semana después de empatarnos, estuvimos juntos, ¿te acuerdas, mi osita? Quedan dos paradas. No sé por qué cuando viajo en el metro me pongo a pensar en ciertas cosas de la vida, como en la muerte, o en el destino de las personas que viajan a mi alrededor. Tú me dices que eso es filosofar, yo digo que quién sabe…
Una estación menos, una estación más, pienso (filosofo, dirías tú). Al parecer la cosa está tensa allá arriba. Algunas señoras entraron al vagón como si escaparan de una explosión o algo así. Se les ve agitadas, hablan entrecortadamente; una que otra sonríe, con una sonrisa nerviosa; otras respiran como peces fuera del agua, como si un doctor les dijera: así, señoras, eso es, respiren profundo… Entonces me llega tu mensaje de texto: que me cuide, que parece que hay problemas en el centro… cualquier cosa me llamas, estoy sin saldo… Sé que me traes un libro; no se te ocurra hojearlo… Entiendo, mi amor. Tranquila. Nos vemos. Besos.
Estación Sabana Grande. Dos minutos para las tres. La tranquilidad de Propatria contrasta con el barullo que encuentro en este sector de la ciudad. Subo rápidamente. Gente corriendo de un lado a otro del boulevard. Gritos, bocinazos, humo, mucho humo, gas lacrimógeno, y entonces el celular, un número extraño, tu voz al otro lado, tu voz de giros temblorosos, tu voz aterciopelada y aguda, que tuviera cuidado mi amor, que mejor no nos vemos hoy, que por favor me cuidara, entonces disparos, claro mi amor, tranquila, mi osita, cuídate mucho mi osita, te quiero mucho, mi osita, nos vemos pronto, y aquí llevo el librito, es buenísimo, mi osita, oh, mi suburbio, mi pedazo de mar, acá llevo tu librito, osita, cálmate, ojitos inquietantes, oh amiga, mi fábula, mi estuche preferido, mi reloj de pulsera, mi desdén, y entonces disparos, caigo, alguien me cae encima, el libro se abre, en un instante, una página en blanco, te quiero, muchachita, cálmate mi osita, nos vemos pronto, mi osita, te quiero mucho, mi osita, siempre te quise…
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