José Luis, un solterón de la avenida Los cipreses, estaba locamente enamorado de Argelia (como se imaginarán, era la viuda más buenota del barrio: la de las patas más largas y armoniosas; la del culo más jugoso y coqueto…). Sin embargo, ese amor, esa pasión desbordada, no era correspondida. De hecho, no era más que una ilusión, tejida azarosamente, en la cabecita de nuestro infeliz arácnido.
Una mañana, en medio de las sobras de la noche, la adorada se desplazaba con sigilo detrás de Rafael, una joven araña que aún no había cambiado de vestido, y a quien la voraz culona tenía en la mira desde hacía tiempo. El viejo José Luis, por su parte, trepaba por una calle solitaria, con los ojos encharcados de tristeza…
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