Hace algunos días, participé en un taller relacionado con las investigaciones del neurólogo estadounidense Howard Gardner, las cuales se enfocan en develar las diferentes formas que tenemos los individuos para reconstruir el conocimiento. Al hablar de la inteligencia lingüística, el profesor de la UPEL Oscar Cáceres, quien conducía la jornada, hizo énfasis en la importancia que tiene para el proceso educativo, el hecho de que los docentes promovamos actividades y ambientes que activen los procesos de lectura y escritura en niños y jóvenes.
No obstante, lanzó una cruda e inobjetable reflexión, y es que al referirse a este punto, lamentó que muchos docentes no tuvieran el hábito de la buena lectura. Me sentí identificado con este reclamo. Porque si queremos promover la formación de estudiantes investigadores, cuyos conocimientos sean algo más que datos e informaciones vacuas y a menudo desactualizadas, es preciso desarrollar en éstos sus competencias lectoras. Que sepan inferir, parafrasear, emplear acertadamente los aspectos formales, distinguir los diferentes tipos de textos, las tramas que subyacen, el mundo de relaciones semánticas que palpitan en un buen texto escrito.
Aunque muchos docentes, investigadores, sociólogos, comunicadores y hasta padres y representantes sean conscientes de esto, en la práctica, por lo menos en el medio donde me desenvuelvo, es muy poco lo que realmente se hace a fin de generar espacios educativos que promuevan de manera eficaz y sistemática el hábito de la lectura. Esta situación responde a un estado de cosas que humildemente quiero dilucidar.
En primer lugar, el sistema educativo venezolano, a pesar de los cambios que se han querido llevar a cabo, sigue siendo en muchos casos, tradicional, en donde la copia y la repetición determinan lo didáctico. Así pues, la lectura como herramienta en la formación de estudiantes investigadores brilla por su ausencia. Leer sigue siendo una tarea solitaria, practicada por muy pocos estudiantes, por muy pocos docentes.
Otro factor que creo importante resaltar es la manera como se ha intentado promover la lectura. Muchos docentes en su afán por acercar a sus estudiantes a la buena lectura suelen cometer un grave error. El error consiste en querer que los jóvenes lean Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, Rayuela de Julio Cortázar o la Odisea de Homero, lo cual en muchos casos, es como enfrentar a un boxeador amateur con un peso pesado profesional. Creo que los a los jóvenes debemos enamorarlos de la buena lectura por medio de textos como El principito de Saint Exupery, cuentos cortos de García Márquez, de Pedro Emilio Coll, Oscar Guaramato, de Rosa Montero, Roberto Echeto o Juan Carlos Méndez Guédez.
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