Ayer se marchó.
Se fue a la casa de su hermana Sofía.
Me dejó un papelito en la mesita de noche (como en esas películas o culebrones de antaño...¿Se acuerdan?)
Que ya no aguantaba más mi falta de carácter.
Que estaba harta de mantener a un escritor frustrado que ni siquiera sabía lavar sus propios calcetines...
Que esto y aquello y lo otro...
Ayer se fue, para siempre (como aquella canción de Magneto que nos gustaba tanto cuando nos conocimos).
La verdad me lo esperaba, pero no tan así, tan rápido, tan bruscamente. Es que aún no salgo del shok (¡vaya eufemismo!).
Una cosa es que aún no haya podido escribir la novela que estoy seguro me hará ganar, como mínimo, un premio Herralde, o un Seix Barral, etc. Pero otra cosa es que pregone por ahí que no sirvo para nada... Eso no.
Por cierto, Alejandra mía, si acaso lees la entrada de hoy (es decir esta...). Quiero informarte que se te olvidó, tirada al borde de la acera, la máscara de la chica superpoderosa... ¿Cuándo vienes por ella... amorcito?
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