Tal vez ese día te levantaste más temprano, o más tarde. Tal vez te asomaste a la ventana, empujado por una inquietud inusual. Te quedaste mirando un poco la lluvia, reparaste en un gesto extrañamente nuevo para ti. Quizá pensaste en la muerte como algo vago y sin sentido... Ocho horas antes de aquel fatal desenlace, de aquel dolor que ahora nadie puede conocer, de aquella sangre brillando bajo el sol de la tarde, de aquel grito aciago, que desde ahora y para siempre retumbará en tus oidos...
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“Pensad que si vos no estuvierais, si dejarais de existir, haber desaparecido en cuerpo y alma: En qué cambiaría el mundo que te rige y aplasta? Ya estuvisteis muerto en vida, señor. Qué más da?.”
El juicio a Dios, de G. Derruído
No todos los suicidas quieren matarse sino, también, escapar. La convicción del suicidio es una intención impecable, justa, razonable y digna; en tanto, aquél que busca la autoaniquilación como forma fugitiva de huir de la adversidad no alcanzará nunca jamás el hito liberador del suicidio.
Kant, ciertamente, asimila correctamente este pensamiento en su plano lógico, sin embargo es una falacia naturalista decir que la naturaleza humana tiende a conservarse a sí misma. La idea del suicidio no es una crimina carnis, es antes, un juicio mental, una posición metafísica ante la materialidad determinante. El hombre dispondrá de su vida a razón de su juicio crítico y moral; no existe sacrilegio alguno, ni cosa sagrada alguna en estos ámbitos. Vivir no es algo necesario, pero sí lo es vivir dignamente, dice el viejo perro… entonces, también lo será en el morir pues no hay acto más vívido, crucial, que el acto de matar-se.
G.D.
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