jueves, 24 de julio de 2008

La cita

Aquí estoy otra vez, como siempre. “Un café tinto, por favor”. “Sí, sin leche”. “Gracias”. Creo que son las doce y treinta, más o menos. No puede ser, otra vez la misma cancioncita cursi de siempre, las mismas caras, el mismo menú, y el reloj que no se cansa y la mesa de costumbre. Todo, como siempre.

Allá afuera, la muchedumbre de todos los días, sobre todo a esta hora: los buhoneros y sus tiendas de baratijas y fritangas, los vendedores de compactos piratas y sus minitecas ambulantes, el smog, el ruido de los automóviles, la bullaranga de los escolares que salen de las escuelas y los liceos... “A la orden, señor”... “Gracias”. Y la realidad pesa, pesa, y me abruma nuevamente.

Entre tanto, tú me espiabas en medio del tumulto en la acera de enfrente (arriba un sol de plomo, arde, que arde...) ¡Qué calor!, dijo de pronto una mujer, en la mesa contigua, echándose aire con la lista del menú. Me buscabas de mesa en mesa, con esa mirada saltona, mientras los comensales llegaban, se sentaban, discutían algunos, reían otros, se enamoraban, reñían, mandaban todo al carajo, se mantenían silenciosos... Tú me espiabas, estática en tu mundo (25 años, delgada, morena, ojos inquietos, cabello apresado en una cola) pendiendo entre la duda de asistir o no a mi encuentro. Dubitativa, taciturna. Con ese pantalón que tanto me gusta (sobre todo cuando te lo quitas...) y aquella blusa clara, plegada tenuemente a tu figura. Me pensabas, me anhelabas, estabas excitada, con las mejillas resplandecientes... (Arde, que arde...)

Ya llevo en la cuenta cuatro cafés y un cachito de jamón y queso. Hasta me ha dado tiempo de releer el diario: las mismas noticias, todo sigue igual; ninguna esperanza, el mundo es una mierda... Y aquí no estás, como otras veces...

Te recordaba desnudo. Tímido. Con los labios rojos y los ojos aún más oblicuos que de costumbre. Dibujando poemas de amor en el aire acondicionado de una pieza de motel cualquiera. Soñador, loco. Como siempre.

Me espiabas, como un perfecto voyeur. Y la gente te tropezaba. Cuidado, vale. Permiso... Dos pasos hacia adelante, dos pasos hacia atrás. Te disponías a cruzar la calle. Ahora no... Ahora sí. Y arriba un sol de plomo derramándose inclemente, y, entre tanto, unas gotitas de sudor se alojaban discretamente entre tus senos (ay, Dios mío). Y la estúpida canción de siempre... Y yo sin ti.

Son la una. En la pequeña tele del local comienza el absurdo melodrama: la misma vaina de siempre: amores imposibles. Protagonistas flacas con las tetas abultadas de silicona. Los tipos tienen unos cuerpos arrechísimos: hormonas inyectadas por todos lados: bíceps, tríceps, pectorales, y seguro que el cosito lo tienen de adorno... (sonrío solo, como un bobo, como siempre...)

¿Qué estarás haciendo? Ya tengo los dientes negros de tanta cafeína; tengo gases y arrechera mezclada con algo de tristeza. ¡Cónchale, vale!

Puede que alguien nos vea, pensaste, acomodándote el cabello, que se interponía de cuando en cuando entre tus ojos y el mundo: una calle abarrotada, un sol intenso, un tipo medio loco esperando en un restaurante a alguien que no llega y que lo espía desde lejos. Pobrecito, murmuraste. ¿Qué harás? Seguro estarás que explotas. Ah, corazón. ¿Qué ropa traerás? Seguro la que a mí me gusta tanto; te conozco, bobito. Y por su puesto estarás bien afeitadito, y con gelatina en el pelo, papito rico. Arrugaste la cara en una mueca imprecisa que no se sabía si era de alegría o tristeza.

Una y pico. Coño è la madre. Y lo malo que soy yo para esperar...

El hombre dobló el periódico en dos, con cierta parsimonia, y lo guardó en el bolso. Se levantó sin prisa, dirigió una mirada seria al otro lado de los ventanales del restaurante y se esfumó entre el sopor de la tarde y la avenida atestada de gente. (Allá arriba: el sol arde, que arde; gira que gira, como en los óleos de Van Gogh...).

La joven llegó a tiempo para ver el final de la telenovela, se sentó como por un reflejo mecánico, con la cabeza en dirección a la pantalla del televisor, colocó el bolso sobre la mesa, movió a un lado el florero recargado de girasoles artificiales, pidió un cachito con jamón...


(febrero de 2004)

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